jueves, 26 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - DESPUÉS DE LA CARRERA

Ya he cruzado la meta. Me agacho momentaneamente para tomar aire. Enseguida me levanto y comienzo an andar hacia adelante. Lo primero que aparece es el avituallamiento final. Agarro una botella de powerade de litro. Me dura unos 10 segundos. Agarro otra y lo mismo. Antes de dar fin a las existencias de Powerade continúo andando. A continuación me ponen una capa para evitar el frío. Me la tienen que abrochar porque yo no soy capaz. Todo el cansancio aparece ahora. Por último, paso por unas vallas donde unas niñas me ponen una medalla por la que he tenido que sudar mucho, pero mucho.


A partir de ahí empiezo a ver puestos de fisio, de la Cruz Roja y otras historias de esas. Yo lo único que quiero es encontrar a las chicas y salir a tirarme al cesped. Veo a una chica con un móvil y le pido que me deje hacer una llamada. Accede encantada. A la primera no me coge Fátima pero a la segunda sí. Quedo con ellas en una botella de Coca Cola hinchable que hay al fondo. Pero consigo verlas antes y salgo por un lateral. Le doy un abrazo a Fátima y le digo que lo hemos conseguido. Me pregunta, como no, que qué tal estoy. Le digo que mejor que nunca, y tampoco miento. Las piernas apenas me sostienen, la espalda está reventada, el exterior de mi pie derecho tiene un dolor intenso y las dos rodillas también. Pero eso no es nada, nada comparable a la satisfacción del momento que vivo.



Aparece también Mirian y me felicita. Les digo que necesito un metro cuadrado de cesped para tirarme, pero antes de ello cae la primera foto, féliz con mi medalla. Por fin me tiro en el suelo, con mucho cuidado porque las piernas no responden bien. Ni siquiera me tumbo, simplemente me siento. Respiro un minuto y enseguida pido un teléfono para llamar a todos. Llamo a mi madre y le digo que ya estoy de vuelta, que todo ha ido bien. A ella no le interesa el tiempo, lo mismo le da si he batido el record de Macau o he tardado diez horas. Simplemente he llegado y estoy entero (bueno casi).


Llamo también a mi hermano. Le digo que ha sido un infierno pero que volvería a repetir al día siguiente. Es curioso esto porque he leido que mucha gente cuando acaba una Marathon dice que no volverá a correr otra jamas, aunque a los pocos días cambian de opinión. Mi caso es totalmente opuesto. No había acabado esta y ya pensaba en la siguiente. Héctor me felicita y le cuento detalles más técnicos, aquellos que a mi madre no interesaban, pero a él si como corredor y marathoniano (el de los buenos) que es. Que si el circuito es chungo, que si la rampita del final, sensaciones, dolores, temperatura, viento...



Ahora tengo que abrigarme, Me pongo la sudadera y para ponerme el pantalón me voy a un banco que hay al lado. Está ocupado pero no es momento para cortesías. Me pongo el pantalón y nos vamos.



Me proponen ir a una terraza a descansar y tomar algo. Después de dar alguna vuelta, y eso que no estaba yo para muchos trotes, encontramos una con una mesa libre, o sea, sin marathonianos, que era lo que más abundaba. Todos nosotros con nuestra medalla bien visible. Orgullosos. La que nos diferencia del resto. La que nos dice que acabamos de llevar a nustro cuerpo al limite y ahí estamos, tomando unas cañas. Yo de momento paso de la cerveza (promesa incumplida de beberme una jarra en cuanto llegara), pero no me apetece. Sigo con la isotónica y eso si, una buena ración de calamares.


Otra tanda de llamadas a los amigos y cuando el último calamar ha caído al metro y al hotel. La parada de metro lejos y el trasbordo, además de largo, con miles de escaleras para arriba y para abajo, que es peor. Cada escalón es un muro, no tanto como el del kilómetro 25 pero casi.



En el hotel me pego una ducha rápida (que maravilla) y al Vips a comerme unas pechugas con huevo y patatas, merecidísimas. Después de comer, Fátima y Mirian se van y yo me quedo descansando en la cama. Me llama una amiga y me dice que ya están los tiempos. Los miro desde el móvil y ahí veo el mío. Saboreo el momento.

Al día siguiente amanece un poco más tarde. Acabo antes si digo lo que no me duele que lo que si, pero aún así salimos a dar una vuelta por el centro. Cibeles (nos cruzamos con Butragueño), Gran Vía y nos metemos de compras por Fuencarral. Cielos que recuerdos. Que diferente fue el paso por aquella calle 24 horas antes. Hacemos alguna comprilla y volvemos al hotel para ir a la estación. Más escaleras. Misma tortura.



Comemos y me tomo, esta ve si, una buena birra. Cogemos el AVE y llegamos a nuestra tierra. Esa misma tarde quedo con mi hermano y por la noche con mis padres y mi abuela. Toca brindis para celebrarlo.



Estamos de vuelta en Zaragoza, pero hemos conquistado un pedacito de Madrid.

1 comentario:

  1. No existen maratonianos buenos ni maratonianos malos solo existen valientes capaces de enfrentarse a los 42k... Tu eres uno de esos... Enhorabuena hermano, por ser capaz de cruzar esa meta y saber acercarnos de esta manera a ella... Estoy muy orgulloso de ti...

    Nos vemos en la próxima... Te quiero hermano.

    ResponderEliminar