martes, 24 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - ANTES DE LA CARRERA

22 de abril de 2012, 7:30 a.m. El despertador del móvil suena. Pero de nada sirve, el despertador biológico hace ya media hora que me ha dicho que en un rato iba a correr 42 km. Me he quedado un rato en la cama dándole vueltas a la cabeza. Ahora si que no hay marcha atrás, me he dicho. Pero aunque la hubiera, nada en el mundo me iba a impedir tomar la salida.

Lo primero que hago al levantarme es ver que todo esté en su sitio, me explico, no quiero notar ni la más mínima molestia, dolor, rasguño, torcedura... absolutamente nada. Y así es, aparentemente todo esta ok. Lo que no lo está son los nervios. Los he tenido toda la semana, pero ahora estoy histérico. Afortunadamente, no hay tiempo que perder, y me pongo en marcha.

Me pego una ducha rápida y empiezo el ritual de la vestimenta (los que que corran ya sabrán que es como el de la novia en una boda). Me pongo las mallas, son compresivas y tienen que quedar bien ajustadas. Las medias también son compresivas, y tienen unos puntitos en las zonas de pisada que deben estar bien puestos, porque si salen al lateral molestan (cosas de las que uno se entera en los entrenamientos). A la camiseta ya le pusimos el dorsal ayer y esa no representa mayor inconveniente. Me pongo la ropa para protegerme del frio que hace a esas horas (pantalón, la sudadera que me compre en la feria el día anterior y la chaqueta). Por último, me pongo las zapatillas. Ese momento si que es importante. Ellas son las que me han de guiar durante las 40 ó 50.000 zancadas que voy a dar en las próximas horas. Ya están más que testadas. Son esas, las Asics Gel Nimbus 13 las que me van bien. Una mala zapatilla, y se de lo que hablo, te puede destrozar la carrera. Es como si Fernando Alonso monta en su Ferrari las ruedas de un Seat Panda. Además, una vez atadas les añado unos corchetes para que no se desaten durante la carrera. Finalmente, nos bajamos a desayunar.

Como es domingo y son las 8, no hay nada abierto, así que morimos al palo de desayunar en el hotel, el palo es el que nos metieron al día siguiente al pagar 8 € por dos putos zumos de naranja. Fátima sólo toma eso. Yo lo acompaño con dos barritas energéticas, que es mi desayuno habitual los días de carrera. No me gusta tomar café y mucho menos leche. En ese momento llama Mirian, está viniendo en metro, y nos dice que el metro está lleno de corredores, que el ambiente es absolutamente mágico y que todo el vagón apesta a reflex. Muy bien Mirian, ya lo has conseguido, antes sólo estaba nervioso, ahora estoy totalmente cardicaco. Quedamos con ella en el hall del hotel y subimos a la habitación a coger todas las cosas para ir a la salida.



En la habitación me pongo el Garmin, la cinta del pelo y cojo las gafas. Me escribo en la mano con un rotulador el perfil de la carrera, quiero saber cuando sube y cuando baja. Cargamos en la bolsa que llevarán Fátima y Mirian todo lo que me puede hacer falta, incluyendo otras zapatillas por si acaso. Pesa un huevo, y decidimos soltar una botella de Isostar, pues de eso iba a haber de sobra. Cerramos la puerta de la habitación y nos bajamos.

El hotel está en la misma Plaza Colón, así que nada más poner el pié en la calle todo lo que se respira es Marathon. Llegamos justo en el momento en que unos militares están cayendo en paracaidas. Hacemos algunas fotos y llegamos a la altura del "corral élite". Faltan 45 minutos y ya hay un montón de corredores en él. Sus caras de concentración lo dicen todo. ¡¡¡Qué máquinas!!!



Busco mi corral, el de 4h 45m, y rápidamente entro. Piso por primera vez el asfalto de la Castellana. Miro a mi alrededor y lo que veo es indescriptible. 12.000 corredores, 12.000 ilusiones, 12.000 sueños, todos ellos concentrados en apenas unos metros. Yo, acostumbrado a ser siempre el que iba a ver a los demás, descubro que esta vez soy uno de ellos, que soy el protagonista, que tengo mi sueño y mi ilusión propios y que, ahora sí, SOY UN CORREDOR.



Fátima y Mirian están en uno de los laterales atendiendome en todo lo que necesito. Agarro un botellín de agua y el MP3 y me voy a calentar. Me quito la sudadera. El espacio no es muy grande, entre los últimos corredores del corral y los primeros del siguiente, pero suficiente para un pequeño trote y una mínima evasión. Para esa evasión, recurro al último movimiento de la 2ª sinfonía de Mahler. Es perfecta para ese momento. En un momento dado, me paro, me pongo entre el resto de corredores y miro hacia el arco de salida. En ese momento, hago algo que no es habitual hacer. Me digo a mi mismo que lo voy a lograr. Me transporto a dentro de 4 horas y me veo cruzando la meta. Quiero visualizar ese momento para asegurarme que merece la pena luchar por vivirlo, y está claro que merece la pena.



La concentración es máxima. No percibo nada, no siento nada. Sólo estamos el asfalto, la música y yo. Es un momento breve, pero de vital importancia, el diálogo que se produce con mi cuerpo, en el que le propongo un intercambio. Yo pongo todo el esfuerzo y tu no me lo pones difícil (nada de tirones, roturas de fibras, caidas, torceduras...). El cuerpo me dice que adelante y yo le doy las gracias.



Quedan 10 minutos. Me he liberado de todo. Me quito el MP3. Tiro el botellín de agua, al que he ido dando pequeños sorbos. Me ajusto la cinta y las gafas. Enciendo el Garmín. Le pido a Fátima los geles, al final decido llevar sólo dos y confiar en vernos más adelante para los otros dos. Me los coloco en el bolsillo de la camiseta y me la meto por dentro de las mallas. Ellas me desean toda la suerte, la voy a necesitar. Ya estoy listo. Por favor, que empiece el espectáculo.



La salida no es la típica que uno espera. Es verdad que hay pistoletazo y a correr, pero eso es sólo para los 500 primeros, kenyatas, etíopes y otros locos del lugar. Al resto nos toca andar durante un rato hasta cruzar el arco. Los acompañantes hacen ese recorrido desde el lateral. Hay gente que decide empezara a correr. Yo me niego, 42 km. son demasiados como para andar regalando metros. Poco a poco vamos avanzando. Al final, Fátima y Mirian ya no pueden avanzar más, las miro y les digo adiós, pero a mi mismo me digo que no les puedo fallar, que no puedo fallarle a nadie, que lo voy a dar todo, y a ello vamos.



Por fin la veo, la alfombra bajo el arco de salida, apenas a unos metros, mano derecha al botón del Garmin, respiro hondo, lo atravieso y me lanzo a la mayor aventura de mi vida. Por delante, algo más de 42 kilometros en los que tengo que demostrar que mi esfuerzo y el apoyo de los míos pueden reventar barreras que parecían infranqueables hace apenas unos meses. Y digo "barreras" porque de "muros" ya hablaremos luego.

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