domingo, 23 de junio de 2013

QUEBRANTAHUESOS 2013 - HOY HE ACARICIADO EL CIELO CON LA PUNTA DE LOS DEDOS

"Año tras año, contemplo maravillado esta interminable procesión de almas sufriendo por coronar mis montañas, bordear mis lagos y atravesar mis dominios"

Un quebrantahuesos. Documental QH 2012 Teledeporte.

Sábado, 22 de junio de 2013. 6 de la mañana. La alarma suena como cualquier día, pero este no es un día cualquiera. Es el que he elegido para buscar lo máximo que mi cuerpo puede dar, para tratar de encontrar mis propios límites. Es el día en que se celebra la Quebrantahuesos 2013, la cicloturista más emblemática y multitudinaria de Europa, probablemente del mundo, y aquella en la que un día allá por diciembre, entiendo que sin estar en mi sano juicio, decidí preinscribirme. Aquella en la que no salí elegido en el sorteo de plazas, pero en la que el azar quiso que mil de aquellos que si lo fueron, no formalizaran su inscripción, lo que me condujo irremediablemente a tener que enfrentarme a esta mezcla entre deporte, tortura medieval y búsqueda de uno mismo que suponen estos 200 kilómetros encima de una bicicleta.




La noche no ha sido ideal. La noche del viernes se echaba a la cama una maraña de nervios con forma de persona que trataba de hacerse a la idea de aquello a lo que se iba a enfrentar, de memorizar el recorrido e intentar, de forma totalmente absurda, trazar un plan para el día siguiente. De todo menos dormir. Pese a todo me levanto con unas ganas locas de comenzar, de saber que es aquello de lo que todos hablan pero sólo unos pocos conocen.



Desayuno a conciencia, nada que ver con las carreras de running. Aquí se trata de ir metiendo reservas en el cuerpo que luego seguro que necesitarás. Bajo con Fátima, infatigable compañera de andaduras como siempre, al encuentro de mi Babieca, quien, al igual que al Cid, ha de acompañarme en la conquista de un territorio inhóspito y desconocido.

Coloco el Garmin, los bidones y las bolsas con los víveres que me acompañarán en mi cabalgada. Dos barritas y siete geles en una, dos cámaras de repuesto y los desmontables para posibles pinchazos en la otra. El apartamento está en la avenida donde está la salida. En cuanto doblo la esquina me encuentro con un océano de más de 10.000 ciclistas esperando el momento. Incorporo una gota más a ese océano. Hace frío, pues son las 7 de la mañana. Llevo las perneras que me quitaré justo antes de la salida. La espera es larga y la tensión máxima. Algún comentario suelto, alguna broma, pero sobre todo concentración, mucha concentración.



Llegan las 7,30. Vuela un cohete. Contenemos la respiración hasta que explota y cuando lo hace estalla una especie de júbilo. Son ganas de soltar los nervios que nos atenazan. Pese a que se ha dado la salida, han de pasar más de 20 minutos hasta que empezamos a andar. El avance es lento. Los pies fuera de las calas para evitar percances inoportunos.  La avenida da una vuelta por una calle y es donde por fin montamos en nuestra bici. Hay miles de aficionados jaleándonos. A la bajada de esa calle están los arcos que desembocan en las alfombras que marcan la salida. Pongo el Garmin y comienzo a pedalear. Hay mucha gente y yo procuro ir muy tranquilo. Esto va a ser muy largo.

Avanzo por el polígono y después por el centro de Sabiñánigo hasta que pierdo de vista la civilización y llego a la carretera. Un poco más adelante entro en la autovía y busco un grupo en el que acoplarme. En este momento tienes para elegir y encuentro uno que me lleva a un ritmo cómodo. La autovía hasta Jaca es muy llevadera, donde se pueden sacar medias muy altas. Un momento especial ocurre cuando se pasa por debajo del viaducto de Jaca, plagado de gente con pancartas que te animan y a los que saludas. Empiezo a disfrutar, y eso que hace bastante frío.

Según algunos, aquí comienza el puerto del Somport. Nada más lejos de la realidad, ya que hasta Villanúa no empiezan las rampas y hasta Canfranc Estación no se ponen serias. Realmente el puerto me viene hasta bien. Sirve para coger el calor que no tenía y sus rampas no son excesivamente duras. Además la cima está hasta arriba de gente y me siento como un corredor del Tour coronando en cabeza el puerto de la etapa reina. Aunque el desgaste no ha sido mucho, hago una parada larga. Un plátano, una barrita, Coca Cola y agua. Y una foto. Ya tengo el primer puerto en el bolsillo.



A partir de aquí comienza una bajada que, excepto alguna curva de herradura, es bastante fácil, pero el sol está escondido y ni el cortavientos y los manguitos son capaces de quitarme el frío. En cuanto se coge la carretera principal, la que va al túnel, comienza un tramo donde se puede correr mucho. Y eso es lo que hago, hasta que un bache me hace temer lo peor, que se confirma unos metros después. He pinchado. De nuevo alguien ha decidido ponerme a prueba, pero estoy ansioso por saber que es aquello del Marie Blanque, y sin perder un instante me pongo a la faena. En 12 minutos estoy de nuevo en ruta.

En ese momento me engancho a otro grupo de diez o doce en el que incluso doy algún relevo. De esa forma nos plantamos en Escot, la puerta del infierno. Ya en el pueblo, más por temor que por necesidad, paro para quitarme el cortavientos, y los guantes largos.
Los tres primeros kilómetros son una toma de contacto. El cuarto ya tiene unas rampas bastante duras. Pero es a partir del quinto donde empiezas a descubrir el mito de este puerto. Cuatro kilómetros de subida bestial sin un solo metro de descanso. Aquí la épica alcanza su máxima expresión. Si en algún momento paso por mi cabeza subir todo el puerto sin bajarme de la bici, esa idea se desvanece en un instante. La dama blanca no me va a permitir ninguna exhibición. Es en ese momento cuando los deseos se desmaterializan. El coche nuevo, la tele de plasma o un reloj de oro no son nada al lado de una gota de agua, un gramo de aire o un metro de sombra. En la naturaleza encuentro todo lo que necesito pero nada es suficiente. 

Han desaparecido las bromas y lo único que se puede escuchar en la lenta procesión son los jadeos de unos peregrinos que ansían llegar arriba de cualquier modo y acabar con ese sufrimiento.  Subo y bajo de la bici. Mis rodillas y mis gemelos se empeñan en recordarme que cualquiera de las dos opciones es la incorrecta. El último kilómetro me armo de valor, me subo al sillín y empiezo a pedalear. Paso a paso, pedalada a pedalada me acerco a la cima. Trato de buscar inútilmente más piñones con la mano, pero hace tiempo que llevo todo el desarrollo metido. Llega una curva de herradura a izquierdas, y poco antes escucho una gaita. Sólo puede ser una buena señal. Al momento lo corroboro. Alguien grita entre el público que el gaitero está arriba. Saco fuerzas de donde no las hay, alegro mi pedaleo y tras una curva a la derecha me encuentro con esa gaita que es auténtica música celestial.



Arriba no hay avituallamiento, pero eso no impide una larga parada y, por supuesto, una foto. Marie Blanque también está en el bolsillo, pero en su asfalto he dejado muchas cosas. También me llevo mucho, pero esa perspectiva la tendré después, con el sosiego que me de el descanso y el tiempo. Llevo más de cinco horas encima de la bici y queda, al menos, otro tanto.



Después de algunas curvas difíciles en el principio del descenso, llego a una zona de fabulosas praderas y paisaje espectacular. Vacas y caballos me acompañan en este terreno. Incluso me encuentro a un caballo en medio de la carretera al que esquivo sin perder de vista.

Aquí es donde está el avituallamiento. Una vaca que ha quedado al otro lado de la carretera del resto se esfuerza en hacernos saber que no le cuadran miles de ciclistas pasando por su terreno, rompiendo su monotonía. En el avituallamiento también me estoy un buen rato, reponiendo fuerzas y disfrutando del paisaje. Después, me monto en la flaca y sigo mi camino. Bajadita hasta Bielle y enlace hasta Laruns, segunda puerta del infierno. El Portalet no tiene rampas tan duras como el Marie Blanque, pero a cambio tiene 28 kilómetros de permanente subida, lo que lo convierte, de por si, en una animalada. Si a eso le sumamos los 120 kilómetros y dos puertacos que nos hemos metido ya, entonces cobra dimensiones sobrehumanas.

La única buena noticia es saber que es el último escollo, y que una vez que lo logremos, nada nos detendrá en nuestro camino a la gloria. En esas nos ponemos. Quitamos el plato y empezamos a jugar con los piñones en función de la rampa de turno. Paradas intermedias para tomar algún gel, descansar un poco o quitarme una piedra que no me deja meter la zapatilla en la cala. Cuando llego a la base de la presa del Lago de Fabrèges se me cae el alma a los pies. Se de sobras que hay que subir hasta arriba, y eso es mucho. Sin embargo luego no resulta ser para tanto, quizás por saber que una vez arriba vienen un par de kilómetros casi llanos y un avituallamiento. En este me detengo lo justo para reponer y continúo rumbo a España. A partir de aquí desaparece la vegetación y quedo expuesto a un sol que es de justicia. Empiezo a contar los kilómetros. 10, 9, 8, 7… En algunos tramos se ve la carretera que nos queda por andar. Es desmoralizante, pero mi única defensa es pedalear. No hay otra cosa que pueda hacer salvo rendirme, y eso es algo que no va a ocurrir. Finalmente corono el Portalet. Menos gente de la esperada, por el tema del corte total del tráfico, pero los que hay lo dan todo por animarme y eso es algo que agradezco. De nuevo parada y foto. Sólo un instante.



El avituallamiento está en Formigal, hacia donde me dirijo sin perder tiempo. El avituallamiento es en el parking de Sextas. Todas las veces que había estado allí hasta entonces era con mucha más ropa y cambiando las ruedas por esquís. Lleno los bidones, me como dos sándwiches y para abajo. Velocidad de vértigo en esta bajada, hasta que se tuerce la cosa en el giro a Panticosa. Era tan sencillo como seguir esa carretera por la que iba hasta Sabiñánigo, pero la Quebrantahuesos aguarda una sorpresa para el final, el puerto de Hoz de Jaca. Son apenas dos kilómetros, eso si, con porcentajes importantes. Pero ya solo quieres llegar. Apenas tengo fuerzas y a la primera rampa me bajo de la bici y empiezo a caminar como, por otra parte, hacen casi todos a mi lado. Sin embargo, muy pronto, igual movido únicamente por el impulso de saber que montado se va más rápido y de ese modo llegaré antes, me subo a la bici y empiezo a pedalear como nunca antes lo había hecho. El asfalto se convierte en cemento en la última y terrorífica rampa. Ya me da igual todo. Sigo y sigo hasta la más absoluta extenuación. En Hoz, el pueblo nos recibe con música y bailes regionales. Bravo por ellos. Unos niños me ofrecen agua que es agua bendita. Mi cuerpo hace tiempo que ha dicho hasta aquí, pero en ese momento mi cabeza le dice que ya no hay que subir ni un metro más, qué sólo me queda una hora cuando llevo ya más de diez encima de esa maldita bicicleta.

Con esas me lanzo a un descenso vertiginoso con varias curvas complicadas y un firme poco firme. Llego a la carretera general, de la que nunca debí huir y sigo bajando, esta vez sobre mejor asfalto. Biescas no tarda en llegar. He pasado mil veces por aquí. Ya soy capaz de imaginar lo que me queda. Además, para mi suerte, me adelanta un pequeño pelotón al que me uno al grito de "súbete al tren". Esta vez no estoy para dar relevos. Bajo hasta Sabiñánigo con ellos a un ritmo endiablado. Entrando a la circunvalación me suelto del grupo. No es que no pueda seguir, simplemente me apetece disfrutar del momento, guardarme cinco minutos para poner en orden mi mente y explicarme a mi mismo lo que acababa de hacer. Una fila de coches retenidos en el carril contrario me jalea en mis últimos metros. Giro a la derecha y ya diviso las pancartas. Pongo la mano en el freno, no es momento de enredar. Cien metros. Aprieto el puño. Dejo de pedalear y miro a mi alrededor.



Busco a Fátima y no la encuentro. Hace muchas horas que no he dado señales de vida, creo que desde el Portalet. Ella si me ha visto. Me voy a un lado, busco un metro cuadrado de césped y lo hago mío. Dejo tirada la bici y dejo tirado lo que queda de mi maltrecho cuerpo. Todavía no soy consciente de lo que he hecho. Llamo a Fátima que ya viene a mi encuentro. Aparece y me felicita. Llamo a mi madre y le digo que ya he llegado. Intento hablarle de la carrera y ahora si me doy cuenta. No soy capaz de articular una sola palabra. Las lágrimas y la emoción no me dejan. Trato de hacerlo una y otra vez y no puedo. Cuelgo, pero con Fátima pasa lo mismo y con mi hermano ni lo intento. Nunca antes había experimentado una emoción semejante, incluyendo las maratones. Pasan unos 10 minutos hasta que puedo volver a la normalidad. Me espera una fideuá, una ducha, una buena cena y una cama.



Poco a poco voy hilando lo que ha ocurrido como quien une las piezas de un rompecabezas. He buscado una meta que no estaba a mi alcance y he puesto todo lo que estaba en mi mano para conseguirla. Pese a ello, he sentido mis piernas flaquear, mi espalda doblar y hasta mi mente, que nunca antes decía que no, empezaba a fallarme. Pero os he escuchado a todos vosotros, que habéis estado en los buenos y en los malos momentos, que nunca habéis dejado de apoyarme, y esa voz ha tenido más fuerza que todo lo demás. Habéis dado esa pedalada que se me escapaba en el Somport, habéis empujado conmigo en Marie Blanque y habéis tirado de mi en el Portalet. Yo llevaba la bici, vosotros me llevabais a mi.

GRACIAS.

jueves, 20 de junio de 2013

10K Y PREVIA QUEBRANTAHUESOS - LA GLORIA A UN PASO

Amar es volar
¿Pero si no tenemos alas?
O será que las olvidamos.

Anónimo


Dos semanitas de transición. Las que van de la 10k de Zaragoza a la Quebrantahuesos. Si, si, ya, la Quebrantahuesos. Dos semanas, eso sí, de especial intensidad. Primero, vamos a lo pasado, la 10k. Por el camino pasaremos por la primera quedada de Beer Runners Zaragoza. Por último, compartiré con vosotros las horas previas a la gran cicloturista.

La 10k venía con un solo objetivo, bajar de 45 minutos, algo que se me había resistido hasta ahora. Durante toda la semana de antes la preparé a conciencia, acumulando bastantes kms y aumentando distancia y ritmo progresivamente. El calor me acompañó algún día, pero recordando lo del año pasado en esta misma carrera, decidí esforzarme al máximo por si acaso.
El día de la carrera amaneció muy nublado y estaba claro que calor no iba a hacer, pero de ahí a la tromba de agua que nos cayó durante todos y cada uno de los 10.000 metros va un trecho.
En cualquier caso la lluvia puede ser mala de cara a una carrera más larga, pero para una de 5 o 10 km hasta se agradece.



En esta ocasión hemos ido Miguel, Héctor, Fernando, Rodrigo, Johny y yo. También está Javi, el marido de mi prima, introduciéndose poco a poco, pero con paso firme en este maravilloso mundo.



A las 10 en punto se da el pistoletazo. El agua cae con fuerza, por lo que es un buen día para estrenar mi nuevo Garmin para triatlón. Esta vez sí que nos hemos pegado a la liebre de 45’. La salida, como siempre, algo trompicada, máxime cuando además de esquivar a la gente hay que esquivar los charcos.



El plan es ganar algún segundo en los tres primeros km, perderlos en los cinco siguientes y darlo todo en los dos últimos. Hay bastante gente animando y eso me gusta. El ritmo del principio está alrededor de 4´15” – 4´20”. A diferencia del año pasado, puedo aguantar este ritmo sin problemas. Poco a poco, voy adaptando mi ritmo a 4´30”. Llega el avituallamiento del km 5 y no tomo ningún gel. Cojo agua y apenas bebo un sorbo, con la que está cayendo no hace falta más. Enfilo Cesáreo Alierta consciente de que ha llegado el momento de administrar rentas. En la bajada del túnel suelto brazos y en la subida braceo. Del 5 al 8 se ha ido el tema a 5´40” y a partir de ahí tengo que recuperar casi 20 segundos y lo habré hecho. Me pongo a la faena. El noveno en 5´22” y el décimo en 5´15”. Cuando mi Garmin marca 10 quedan más de 200 metros para la meta y lo paro. Esa distancia de más en una maratón se puede deber a una trayectoria distinta a la más corta. En una 10k es un claro error de medición. El caso es que mi Garmin se ha parado 44´55”. Por fin, otra espinita que me saco.



Por delante de mi han llegado Héctor en 39, Miguel, que ya está en otra liga, en 43 y Fer algo por delante. A continuación llega Rodrigo. Todos hemos mejorado con respecto a la del año pasado y es que, para esto de trotar, mejor la lluvia que los 40º. Al acabar, como el tiempo no acompaña, cambiamos la cerveza en una terraza por un Cola Cao caliente en casa.

Y ahora iríamos con la Quebrantahuesos, a no ser porque a finales de la semana pasada, se convocó la primera quedada Beer Runners de Zaragoza. La lluvia, de nuevo, se ocupo de que esa primera quedada fuera más de Beer que de Runners, pero era la primera pincelada de un grupo que tiene muy buena pinta y en el que ya hay más de 200 miembros en Facebook.

Y ahora sí. Dentro de aproximadamente 32 horas estaré en la Avenida del Ejército de Sabiñánigo, junto a otros 10.000 ciclistas, para tomar la salida de la carrera ciclista por excelencia: la Quebrantahuesos. Por cierto, de donde duermo a la salida tengo apenas unos metros, ya que unos buenos y recién casados amigos, Alfonso y Ruth, han tenido el detallazo de dejarnos su apartamento. Un millón de gracias desde estas líneas.

Llevo toda la semana hecho un manojo de nervios. Me conozco el plano, el perfil, los desniveles de cada km de cada puerto al dedillo, como se reparten los avituallamientos a lo largo de sus 200 kms. El domingo pasado estuve entrenando en el pueblo con alguna rampa considerable, pero nada comparable a esos 4 kms al 11% que me encontraré en el Marie Blanque pasado mañana.

Perfil_qh

En cualquier caso, mi entrenamiento ha sido más mental que físico, consecuencia de que el objetivo, en este caso, sea disfrutar primero y llegar después. Pararé todas las veces que haga falta, me alimentaré e hidrataré permanentemente y haré todo lo que haya que hacer para llegar y, si al final no sale, volveré a casa con la cabeza bien alta por haberlo intentado.

Pero eso sí, solo la mera idea de estar pedaleando junto a miles de personas entre las montañas en las que tantos y tantos buenos momentos he pasado me pone los pelos como escarpias. No quiero ni pensar lo que voy a vivir allí, pero intuyo que va a ser algo muy grande.

A la vuelta os cuento. Quebrantahuesos, voy a por ti.