jueves, 30 de mayo de 2013

PUERTOS DE LA RIBAGORZA - MI PRIMERA CICLOTURISTA

Todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies.

Robert Louis Stevenson (1850-1894) Escritor británico.

¡¡¡Bien, bien, bien!!! Que fantástica sensación la que experimenté el pasado sábado. Mi estreno en las cicloturistas no pudo tener mejor escenario. Os lo cuento.

Como ya sabéis, desde hace un tiempo me picaba el gusanillo de la bicicleta de carretera, de modo que, como soy algo burrico, me apunte a la Quebrantahuesos (no querías leche, pues toma dos tazas). Eso sí, antes de meterme semejante animalada en el cuerpo, decidí buscar algo para tantear el terreno. Y lo encontré, vaya que si lo encontré.

Todos los años, a finales de mayo, se celebra una cicloturista llamada "Puertos de la Ribagorza". Pues bien, y esto quede claro desde el principio, no he visto en mi vida algo tan bien organizado, con tanta ilusión, cariño y saber hacer. Lo de esa gente es para verlo. Y sin embargo, la carrera ha estado tambaleándose por falta de apoyo. O lo que es lo mismo, una carrera maravillosa, en un marco incomparable, con 3.000 ciclistas que, además, en su gran mayoría pernoctan por la zona, y que no recibe apoyos por parte de aquellos que si los dan para campeonatos de guiñote, dardos, petanca o, porqué no, fútbol de 8ª división regional juvenil, etc. De verdad, me preocupa.

Pero volvamos a la carrera. Se trata de una carrera con dos trazados, el largo de 200 km y 5 puertos (demasiado por el momento) y el corto de 130 km y 2 puertos (que es el que yo hice). La salida y la meta se encuentran en Graus, capital de la Ribagorza, y allí era donde instalaron la feria para recoger el dorsal. Ya cuando llegamos el viernes por la tarde, empezamos a notar la buena organización. Habían habilitado tres zonas de parking, donde un montón de voluntarios te indicaban como entrar y salir y donde aparcar. Varias filas para recoger el dorsal en función del número (que habían enviado previamente por e-mail) y una bolsa donde se incluía un maillot bastante guapo, un gel de frío y aceite para la bici. Son pequeños detalles que hacen mucho. En mi caso, y al tener una casa en la zona, fuimos a dormir allá, junto a mis padres. De hecho, la carrera pasaba por allí, lo que me garantizaba un apoyo extra justo al final del segundo puerto. Cuando me fui a acostar, Fátima me pregunto si estaba nervioso y yo, con una sonrisa de oreja a oreja, le conteste que sí. Que estupenda sensación esa que se produce antes de una carrera, sobre todo cuando algo totalmente nuevo está por llegar, y no sabes lo que te espera.

Llego el sábado, y el consiguiente madrugón. Está vez no arrastre a nadie, ya que debido a los cortes de las carreteras, no era fácil hacer seguimiento, por lo que los demás se quedaron durmiendo mientras yo me atizaba mi barrita y mi zumo y me vestía de ciclista (casi todo de estreno, porque yo lo valgo). Cogí el coche en cuya baca ya esperaba mi "burra", y rumbo a Graus. Media horita de carretera donde mis únicos compañeros de viaje llevaban, en algún apéndice de su vehículo, una, dos o incluso más bicis. Iban a ser mis compañeros de viaje también más tarde.

Llegue a Graus con tiempo suficiente, aparque de nuevo en una zona bien indicada para ello y procedía a un protocolo que es incluso más grande que el del running. Además de mirar que todo en tu cuerpo esté correcto, hay que mirar también la bici. Bidones, ruedas, frenos, cámaras de repuesto, desmontables, cortavientos, chubasquero, gafas, casco... Vamos, la locura. Una vez hechas las comprobaciones, cierro el coche y rumbo para la salida.

Al ser nuevo y siendo consciente que mi lugar no iba a estar entre los elegidos para la gloria 130 km después, me coloco por atrás. Quedan más de 10 minutos pero aquello ya está lleno. Pongo en marcha el inseparable Garmin y empiezo a respirar un ambiente fantástico. Bromas y palabras de ánimo van de un lado a otro de la calle mires para donde mires. Se acerca la hora y al fin llega, pero hay un pequeño retraso hasta que, por fin, a las 8:33 una escopeta dispara al aire y en ese momento me dispongo a disfrutar como un enano de las próximas horas, sean las que sean. Como es lógico, tardo algunos momentos en cruzar el arco. Somos muchos y yo prefiero ser prudente. Todavía no es tiempo de meter la zapatilla en los automáticos. De hecho veo algún enganchón y alguna caída que no me molan nada. Los cinco sentidos en la carretera y porque no tengo más.

Salimos del pueblo en medio de muchísima animación y cogemos la carretera de Capella. Me encuentro muy cómodo y voy a mi ritmo que, por lo que veo, es más lento que el de la mayoría, porque me pasan hasta por encima. Me preocupa poco. Lo que si que me preocupa más es que, nada más pasar Capella, alrededor del km 8 de carrera, empiezo a oír un ruido extraño en la carretera. No, no. No es la carretera. Es la rueda delantera. PINCHADA. Se me cae el mundo encima. No puede ser que acabe de esta manera algo en lo que había puesto tanta ilusión. Pero en ese momento apareció RICARDO. Si si, con mayúsculas. En cuanto me di cuenta del pinchazo, me retire al arcén  di la vuelta a la bici, cogí los desmontables y quite la cámara. Cuando estaba metiendo la cámara nueva ya había pasado hasta el coche escoba, por lo que aunque pudiera arreglarla no sabía como iba a poder reincorporarme. En ese momento aparco a mi lado una furgoneta de la asistencia y apareció Ricardo disfrazado de ángel salvador. No solamente porque arregló el pinchazo en tiempo record (así como los otros dos que le vi arreglar y una cadena rota unos km más adelante), ni siquiera por acercarnos en la furgoneta a los accidentados hasta la cola de la carrera para que pudiéramos continuar. Lo que me dejó impactado fue la energía que nos transmitió, como nos tranquilizó y lo bien que nos trato. "¡Tranquilos chavales, no pasa nada!, ahora os acerco yo y ya está", "esto lo arreglamos en un momento" y cosas semejantes eran lo único que se escuchaba salir de su boca, y todo ello por amor al arte, en este caso al deporte. Un verdadero ejemplo a seguir.

Y en esas nos vimos, unos 15 minutos después a los pies del Puerto de Laguarrés, el último, detrás de las ambulancias que cierran la carrera, pero con las ganas y la ilusión intactas por seguir con la carrera (y las ruedas bien hinchadas).



Salimos juntos los cuatro a los que nos había remolcado, pero enseguida me encontré con fuerzas y tiré para adelante en busca de las ambulancias, a las que no tarde en rebasar, para ir poco a poco adelantando a ciclistas. Aunque hacía fresco, la subida hacía que me sobrara el chaleco cortavientos (ya no me lo volvería a poner). El puerto lo disfruté al máximo. Buena carretera, buenas vistas, buena animación y muy buen ritmo. Llegué arriba casi sin enterarme y a bajar.



Era una bajada sencilla pero me la tome con prudencia. Si había algún bache, hay había un voluntario para decírtelo. Llegué a Benabarre, donde hay un giro complicado, y enfilé hacia Graus. Aunque el ritmo era muy bueno, si note que se había levantado aire en contra, por lo que deduje que al final de carrera también lo tendríamos porque se va en la misma dirección.

Pase por Torres del Obispo y después bordee el embalse de Barasona. Iba completamente sólo. Muy de vez en cuando adelantaba a alguien. Pero todo eso cambio en Graus. La carretera estaba llena de gente animando y a la salida del pueblo estaba el primer avituallamiento, y que avituallamiento. Cuando llegabas, un voluntario se encargaba de colgarte la bici, y en las mesas, había un montón de chicas ofreciéndote lo que quisieras de beber y comer. Coca Cola, fruta, pastas... Perdí poco tiempo (ya había perdido bastante con el pinchazo) y al salir de allí se me ocurrió dar las gracias a los voluntarios, lo que me valió una gran ovación por su parte. Eso, junto al hecho de que empece a encontrarme con pequeños grupos, me volvió a situar en la carrera, olvidándome del todo del tema del pinchazo que había estado dándome mal hasta entonces.

El tramo entre Graus y Campo fue el que mejor se me dio de toda la carrera. Me encontré a varios grupos, pero no me quede con ninguno. llevaba mejor ritmo y me encontraba a tope. Aunque el perfil es siempre de ligera subida en este tramo, la media fue buenísima. La llegada a Campo fue grandiosa. El pueblo estaba lleno de gente reivindicando que no se lleven la ESO, y gracias a ello la animación fue brutal. Yo, que conozco bien esa zona, sabía que al poco de dejar el pueblo venía el puerto gordo, y encima con gravilla, por obras en la carretera. Previsor de mi, hice una parada técnica, que incluyo gel, agua y un pis en el ribazo. Me monte de nuevo y a subir. El puerto era realmente duro, con rampas de más del 8% durante 3 km seguidos, pero seguía fuerte, y el hecho de saber que arriba me esperaba mi familia me hizo más fuerte todavía. En algunos sitios la gravilla hacía hasta derrapar, al llevar todo el desarrollo quitado.



Esos km malos pasaron pronto y llegué al avituallamiento. Esta vez los que se encargaron de mi bici no fueron voluntarios, sino mis padres y Fátima, que junto con algún vecino habían subido a verme.



Es increíble lo fácil que se suben rampas tan duras cuando arriba te esperan los tuyos. También se encargaron de acercarme todo lo que les pedía de comer y beber. Un par de vasos de Coca Cola y un plátano, unas buenas fotos y a seguir.




Llevaba 90 km, quedaban 40 de "supuesta" bajada y cometí el error de pensar que aquello ya estaba hecho. Digo error porque, aunque al principio se bajaba de verdad y el aire no molestaba. En cuanto giramos dirección oeste empezó a soplar el aire de cara con mucha fuerza. Además, de vez en cuando aparecía alguna cuesta puñetera que te rompía el poco ritmo que habías podido coger. Además, el sillín se me estaba empezando a clavar en los huesos. Total, un infierno. Pero de peores habíamos salido y esa no iba a ser menos. 

Cuando me sobraba un piñón pasaba al siguiente y si sobraba el plato grande para eso estaba el pequeño. No iba a gastar ni un gramo más de lo necesario. Estaba muy cansado y quedaba tajo. Y así, poco a poco, y viendo como aquellos a los que había dejado atrás antes me pasaban uno tras otro, fueron pasando los km. Hice una parada para estirar las piernas en el km 110, varios grupos me ofrecieron unirme pero no era capaz de seguirlos ni 100 metros. Mi agradecimiento en cualquier caso. Y de este modo aparecimos en Capella para, al poco encontrarme con la última sorpresa, y es que se rodeaba Graus para entrar por el norte, aunque ya era un tramo más cómodo y pudieron las ganas de llegar. Puestos ya, aún me dediqué a controlar el tiempo para bajar de 6 horas, algo con lo que no contaba antes de empezar. Y así fue, me presente en la meta, ante un montón de público y con la sensación de haber hecho algo grande, de haber vuelto a superarme, de romper de nuevo esa barrera que transforma el querer en poder gracias a la ayuda de todos y a un gran esfuerzo.

A la llegada, por si no habíamos tenido buena ración de organización ejemplar, llego el remate. Servicio de guarda de bicicletas, carpas con barras de bebida y una carpa gigante donde servían unos ravioli al pesto dignos de Ferrán Adriá, además de otras muchas cosas. De camino al coche, me debatía entre el cansancio extremo, un magnífico sabor de boca y muchísimas ganas de llegar a casa para contar mis vivencias y, de paso, meterme un plato de arroz entre pecho y espalda.

Y hasta aquí el relato de una realmente excepcional carrera que ha conseguido que, al igual que en su día recibiera el veneno de la maratón, ahora reciba el de las cicloturistas. ¿Qué será lo siguiente?

viernes, 3 de mayo de 2013

MARATÓN DE MADRID 2013 - LA CARRERA PERFECTA


La perfección es una pulida colección de errores.

Mario Benedetti (1920-2009) Escritor y poeta uruguayo.

Madrid, 28 de abril de 2013. Esos son el lugar y el día en el que todo lo que pudo salir bien salió bien. Es cierto que todo aquello que yo pude aportar lo aporté, pero esta vez hubo esa pequeña dosis de no se qué que qué se yo, llámalo suerte, azar, destino, hados, brujería o lo que sea, que funcionó a las mil maravillas.

Y sí, en el lugar menos propicio y en el momento menos pensado, sin llevarlo en mente por considerarlo lejano, corrí una maratón en menos de 4 horas. Madrid estaba pensado para preparar ese logro de cara a Berlín, pero no para conseguirlo. ¿Qué como ocurrió? Seguid leyendo y os enteraréis.

Las cosas empezaron a cambiar siguiendo una recomendación que me hicieron, ya que normalmente me levantaba una hora y media antes de la carrera y, según se ve, no había tiempo suficiente para realizar una buena digestión del desayuno. El consejo, desayunar dos horas y media antes. Por ello, me levanto a las 6:30, desayuno mi barrita y mi zumo y me vuelvo a acostar una horita más. A las 7:30 diana definitiva y a vestirse. Con mucho cuidado me pongo las medias, las mallas, la camiseta y algo de abrigo. Lo primero que he hecho es asomarme por la ventana. Ni rastro de la lluvia que anunciaban el día de antes, pero sí que hace bastante frío. Continúan las buenas señales.

A continuación voy con la vaselina, el esparadrapo y todas esas cosas que no te hacen ganar pero si pueden hacerte perder.

Quedamos con Mirian en el hotel y con la gente del gimnasio en la parada de Cercanías junto a la salida. Me encuentro formidable. Ni restos del pequeño catarro del día anterior. Hago un pequeño calentamiento. También aquí introduzco una variación. Nada de pegarme media hora corriendo. Al fin y al cabo el ritmo de una maratón es lento y casi se podría decir que los primeros kilómetros sirven para calentar. Aparecen los compañeros del gimnasio, nos hacemos una foto y ellos se van a calentar.


Es tarde y todavía tengo que prepararme todo para la carrera, por lo que ellos se van a calentar y ya no los vuelvo a ver (26.000 son muchas almas). Me meto los geles en en las mallas. Voy a llevar todos los que me voy a tomar encima. Trato de prepararme una maratón de autosuficiencia por si en Berlín tengo dificultad para encontrar a Fátima. Me despido de mis chicas y me meto en el corral. Sólo entrar en él ya cuesta una eternidad. Me doy cuenta de que me he olvidado la cinta del pelo, pero todavía las tengo a la vista y me la dan a través de la valla. Voy a correr sin gafas de sol, pues el sol no ha venido, y con un cortavientos. Me pongo uno malo para que cuando me sobre poderlo tirar si no veo a mi equipo.


La hora se acerca. Del minuto de silencio por Boston casi ni me entero, pero llevo mi lazo negro. Enciendo el Garmin. Le cuesta encontrar los satélites. Oigo el pistoletazo de salida. Aplausos y gritos, pero o nos movemos. Me he colocado entre la liebre de 4 y la de 4:30, mejor que el año pasado. Otra cosa que aprendí. Empezamos a andar. Al rato volvemos a parar. El Garmin sigue buscando y me pongo nervioso. Ahora andamos más rápido. El arco de salida está a unos 50 metros y por fin  el Garmín se engancha. Me tranquilizo. Todo a cero. Y llega el momento. ¡¡¡Empezamos!!!

En esta ocasión me ha costado unos 4 minutos atravesar la salida, respecto a los 9 del año pasado, y eso se nota, y mucho, en los primeros kilómetros. La gente con la que voy va a mi ritmo, y no tengo que ir sorteando obstáculos ni dando tirones que revientan el ritmo. Desde el primer momento voy controlando mi ritmo. No quiero hacer ningún esfuerzo que luego tenga que pagar caro. Pero lo más importante es que voy sonriendo. He venido a esta carrera a disfrutar. De los corredores, del ambiente, de los detalles. He conseguido sacarme mucha presión y lo agradezco.

La subida por la Castellana transcurre con la mayor normalidad. Hace más frío y hay menos público que el año pasado, pero el que hay anima de lo lindo. Los primeros kilómetros la media se acerca a 5´40" el km, pero no me importa porque son cuesta arriba. Ya habrá tiempo para coger velocidad de crucero. En las Torres Kio llega el primer avituallamiento. Bebo un poco de agua. Me desabrocho la chaqueta y me doy cuenta de que aún hace fresco. No me molesta y me la vuelvo a abrochar. A partir de aquí comienza la bajada y sale un poco el sol. Es el momento de hacer el trabajo de ir ganando minutos para poder administrar al final. Empiezo a rodar a 5´20" como un reloj. En el km 10 me tomo el primer gel. Todo va perfecto. He quedado con las chicas en el km 11 para darles la chaqueta. Las veo un poco más tarde de lo esperado y casi no me la quito, pero al final sin problema. La temperatura ya es buena para ir en tirantes y me permito el lujo de incrementar el ritmo algunos segundos hasta la media maratón. En el km 13, Glorieta de Cuatro Caminos nos espera una banda que nos recuerda que en España también se ha hecho muy buen Rock & Roll, con esta perla que aquí os dejo.


Sigue todo muy tranquilo. No tengo ningún síntoma de fatiga y el ritmo es el correcto. El recorrido sigue bajando y yo sigo acumulando tiempo. Al girar por Fuencarral nos separamos de nuestros compañeros que corren la media. Más de uno se siente tentado por seguir recto y ventilarse el problema en 20 minutillos, pero estamos hechos de otra pasta y vamos a por todas, como en Full Monty. A alguno le pasa lo contrario y nos lo cruzamos corriendo en sentido contrario con el dorsal de la media al haberse saltado el desvío. ¡Vaya faena! Fuencarral está más apagado que el año pasado, pero es porque la gente esta vez se ha concentrado en la Gran Vía. Que ambientazo. Por no hablar del giro a Preciados para desembocar en la Puerta del Sol. Como decía la Biblia, bienaventurados los que corran la Maratón de Madrid porque ellos sabrán lo que se siente al llegar a la Puerta del Sol. Es realmente mágico, indescriptible, sensacional. Además este año, tras haber liberado a mi equipo de suministrarme geles, preferí que fueran allí para ver aquello con sus propios ojos. Fruto de ello, esta foto mía entrando en la plaza.


Seguimos corriendo y seguimos bajando. Calle Mayor y Palacio Real. Después, ligera subida a Ferraz donde, por primera vez, empiezo a notar cansancio. Hay un avituallamiento donde tomarme un gel cerca y después viene la media. Me olvido del cansancio. Recientemente leí el libro del gran Josef Ajram, y en él habla de lo importante de marcarse pequeñas metas en carreras de gran distancia. La meta no puede ser siempre el 42 porque entonces te vienes abajo. Un avituallamiento, una cuesta, una plaza, el sitio donde te van a ir a ver son esos pequeños objetivos por los que tienes que luchar y que se presentan cada dos o tres kilómetros. Ese consejo me ha ayudado mucho. Seguimos aprendiendo.


En Ferraz, además de la sede del PSOE, está la media. La paso en 1h 54´, por lo que he conseguido 6 minutos de margen. Son 3 menos que en Zaragoza, pero mi cuerpo no está tan deteriorado. Creo que lo estoy haciendo mejor. Ahora viene la bajada fuerte hasta la Casa de Campo. Es tal que hasta me tengo que frenar. Aprovecho para soltar los brazos y para ganar los últimos segundos a la media. A partir de ahora, toca administrar la renta. Entramos en la Casa de Campo, lugar en donde me esperan las chicas, además de muchísima gente y otra buena banda. Estamos en el km 25, pero este lugar tiene un significado especial. A partir de aquí es donde el año pasado mi cuerpo empezó a decir basta. Mi única ambición es poder retrasar ese momento.


Mis isquios y mis gemelos me dan alguna advertencia. Siempre hay un patinador con Reflex para echar una mano. Pasan los kilómetros. La Casa de Campo no está siendo, ni por asomo, la del año pasado. En el 29 empecé a andar entonces. Lo paso. Sin problema. El ritmo es ya de 5´40" e incluso algo más, pero me lo puedo permitir. Voy cómodo, sólo me preocupan los músculos, no el cansancio.


Km 30, tercer gel y pequeña parada para que me den Reflex a conciencia, levantando las mallas y bajando las medias. Salgo zumbando. En el 32 salimos de la Casa de Campo. Tendrían que estar las chicas pero no las veo. El ritmo sigue siendo bueno, pero se que el muro me puede estar esperando en cualquier curva. Y lo está, vaya que si lo está, pero no el que yo creía...

Nada más girar a la orilla del Manzanares, el dueño de una tienda de bicis decidió que era una buena idea sacar un altavoz a todo volumen a la puerta de su negocio con buena música. Y que tocaba cuando pasé yo, pues eso, El Muro, pero el de Pink Floyd, no el de no puedo ni con la camiseta. Mi cabeza empieza a dar vueltas. Son demasiadas coincidencias, el muro de la Maratón, el de Berlín, mi próximo destino, y el temazo que ya de por si es.


El subidón que experimento es indescriptible y es entonces, y sólo entonces cuando empiezo a creer que quizás no será en Berlín donde baje de 4 horas. Es el km 33, sólo quedan 9 y se que el último no cuenta porque se corre con el corazón. Miro el Garmin, hay margen de sobra. Enchufo la calculadora mental. Puedo irme por encima de 6´ todo lo que queda y lo conseguiré. Lo importante es no andar. Cuando lleguen las cuestas mucha calma, pero sin andar. 

Cruzo el Manzanares, veo el Vicente Calderón. El año pasado ni siquiera lo vi de lo tocado que iba. Este año lo veo inmenso. Todo son buenas señales. A continuación viene una pequeña bajado que aprovecho para soltar los brazos. Llega el avituallamiento del 35 y con ello mi último chute, perdón, mi último gel. Marchando doble de cafeína para el caballero. Me lo devoró y bebo bastante agua. La temperatura, aún sin llegar a hacer calor ni mucho menos, ha subido algo y llevamos ya mucha tralla, por lo que tengo bastante sed.

En el km 36 viene uno de los momentos más temidos. Se trata de una cuesta bastante seria al girar por la calle Segovia. Pongo el marcha el plan que he acordado conmigo mismo: subir muy despacio pero corriendo. Así lo hago, después llega terreno más llano. Me adelanta la liebre de 4 horas, cosa que es lógica porque había salido antes que yo. Me acuerdo de cuando me adelantó en la de Zaragoza. El km era más o menos el mismo, pero mi reacción no tuvo nada que ver. Allí, mi intento por seguirla no duro más allá de un par de zancadas. Aquí, no la pierdo de vista en ningún momento. Por primera vez, se me va un km por encima de 6 minutos. Ningún problema. Está en el plan. Sólo quedan 5.

Mi recuerdo de haber corrido el año pasado es que a partir de ahí, hay tres enormes avenidas: Paseo Imperial, Acacias y Ronda de Atocha. Son de esas que parecen no tener fin. Por ello prefiero dirigir mi mirada al Garmin y ver como pasan los metros. Sigo tirando de Reflex cuando veo un patinador. No paro de buscar con la mirada la Plaza de Atocha. Para mi ese punto es uno de esos marcados con una cruz desde el principio. Allí, ya estará todo el pescado vendido. Pero esa maldita plaza no aparece nunca. Sin embargo, empiezo a oir entre el público a gente que comenta, entre ellos y hacia los corredores, que vamos a bajar de 4 horas. Empiezo a creérmelo de verdad. Matemáticamente no existe la posibilidad de no lograrlo, pero en una maratón las Matemáticas ya os digo yo por donde hay que metérselas. Al mismo tiempo, experimento una sensación que no había tenido antes en ninguna carrera. Tengo hambre, pero mucha. Me comería un buey en ese momento. Es el precio que tengo que pagar por ir más ligero.

Por fin está ahí, y aparece igual que el año pasado. La gente agolpándose encima de los corredores y esa maravillosa sensación recorre todo mi cuerpo. A continuación se produce un ensanchamiento que nos dirige, de forma irremediable, a la famosa, horrible y archiodiada cuesta de Alfonso XII. Me sigue pareciendo una animalada que esa cuesta esté ahí en todo un señor km 40, pero no hay nada que pueda hacer, excepto afrontarla de la mejor manera que se me ocurre. Pero se me ocurre una muy buena. Me hago a la idea de que una vez que esté arriba, ya habré hecho todo, sólo quedará arrastrarme hasta la meta de cualquier manera y lo habré logrado. Cuando giro y la veo me asusto, pero no tengo tiempo para pensar y si para correr. Reconozco que una vez arriba no me parece tan dura, pero también reconozco que lo que falta me parece más largo de lo que recordaba. Aparece un último avituallamiento del que no tenía constancia, pero que me viene de perlas.


Y de nuevo, igual que el año pasado pero con más fuerza, como un oasis en medio del desierto, ahí está, ahí está viendo pasar, en este caso, a los sucesores de Filípides, la Puerta de Alcalá. Eso significa que ya hemos acabado el lado largo del Retiro, sólo queda el corto y la gloria. Llego al último km. Miro el Garmin, Tengo más de 6 minutos para hacerlo, pero el margen no es tanto. Me he devorado los 6 minutos que conseguí en la media. En cualquier caso, se de sobras que si me tengo que pegar un sprint a lo Usain Bolt, me lo voy a pegar. Con una maratón que se me fuera por 11 segundos ya tengo suficiente. Aquí no iba a ocurrir y además tenía más margen.

En la entrada del Retiro hay un bordillo, no tiene más de 15 cm. pero parece el Everest. Lo salto y entro. Reconozco que al principio voy preocupado del tiempo y apenas disfruto, pero enseguida lo tengo claro, tengo más de 4 minutos para recorrer la recta de meta. Ya no se escapa. Ahora sí. Empiezo a mirar a un lado y a otro. Miles de personas animando y aplaudiendo. Un montón de arcos hinchables intermedios hasta que aparece ante mis ojos el bueno, en el que pone META. Tomo aire. Empiezo a flotar sobre el asfalto. Mis piernas responden como si hubieran empezado a correr hace dos minutos. Desaparece el cansancio. Desaparece la gente. Desaparece todo. Solo quedamos la meta y yo. La miro. Quede contigo ayer -le digo-. Y aquí estoy para cumplir mi palabra. Y a la hora acordada. Recorro los últimos metros. Empiezo a saborear lo que estoy a punto de hacer, o mejor dicho, lo que llevo 3 horas y 59 minutos haciendo. Y cruzo. Miro el Garmin y lo confirma. Soy un sub 4h. Levanto los brazos y los bajo dando un grito de rabia como no había dado nunca. El grito de aquel que consigue su sueño a base de muchísimo esfuerzo y de contar con la mejor gente a su lado para llevarle hacia el.



Sigo andando unos metros. Veo un pequeño escenario y pido que me dejen un hueco para sentarme. Apenas estoy medio minuto, porque entre la felicidad y el cansancio la balanza se ha decantado claramente por lo primero. No me duele nada, no siento frío, no tengo sed. Sólo felicidad inmensa. Ahora si, ando unos metros más y me dan un Powerade que me ventilo en un instante. A continuación llega el plástico para protegerme del frío y, por fin, la medalla. Esa en la que la inscripción del reverso ya no empezará por 4 sino por 3. 

Llegó el momento de reunirme con mis chicas, pues no se nada de ellas desde el km 25. El motivo, no me han visto pasar en el 32 y se han quedado esperando hasta la liebre de 5 horas. Están todavía saliendo de la Casa de Campo, hace un frío que pela y estoy en tirantes y sudado. Acaso me importa. No. El problema de esperar 45 minutos más no es el frío, sino las ganas de abrazarlas y compartir con ellas mi alegría y mi triunfo, que es también suyo. Mirian ha estado fantástica dándome todo su apoyo, pero lo de Fátima es de otra galaxia. Nada, absolutamente nada de lo que he logrado podría haber sido sin ella. Cuando las veo lo primero que hago es abrigarme, y después les cuento que todo ha ido demasiado bien, y eso que ellas pensaban que me había dado un yuyu peor que el del año pasado. También cojo el teléfono y llamo a todo el mundo para contárselo.


Ahora si, llego la hora de comerme el buey y descansar. El descanso del guerrero, merecido, porque esta guerra la he ganado yo.

miércoles, 1 de mayo de 2013

MARATÓN DE MADRID 2013 - ANTES DE LA CARRERA


- Eh! Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo, vale?
- Vale.
- Si tienes un sueño tienes que protegerlo. 

En busca de la felicidad. Gabriele Muccino.

Otro año más. Y ya van dos. Madrid me esperaba para afrontar mi segunda maratón allí y mi tercera en total. En esta ocasión, aparte de para disfrutar como un enano, quería que me sirviera de preparación para conseguir bajar de 4 horas en Berlín en septiembre.

La preparación había sido buenísima, había mejorado ostensiblemente respecto al año pasado en todas las pruebas que corrí, lo que hacía pensar en una mejora también en Madrid. Los días previos, cambié mi forma de entrenar, adaptándome únicamente al ritmo de la maratón. Pensé que mi problema en las dos anteriores había sido un excesivo ritmo en la primera media, que acababa pagando al final. No lo tenía testado, por supuesto, pero esa era mi intuición y esa fue mi apuesta. La última semana la estructuré bien, con dos entrenamientos fuertes al principio y reposo absoluto a partir del miércoles, además, llevaba los músculos bastante cargados.

Llego el fin de semana de la maratón. El sábado, Fátima y yo nos levantamos temprano, ya que había que aclimatar el cuerpo al madrugón del domingo. Las maletas estaban preparadas desde el viernes. Las previsiones nos decían que habría que llevar más abrigo y protección para la lluvia. Temperatura invernal en mitad de primavera. Cogimos el AVE y para Madrid. Una vez allí, directos al hotel. Allí podemos ver el montaje de la carrera que esta preparando TVE, para emitirla por directo en Teledeporte.


Y después a Expodepor a coger el dorsal. Allí nos espera Miriam. Hay una cola terrible para entrar. El número al que apostamos esta vez es el 7217. Lo primero que pienso es en que tanto 7 no puede más que traer buena suerte. 


La feria está realmente chula. Hay un muro en homenaje a las víctimas de Boston. En el dejo escrito "Corremos por vosotros".


A continuación, a la Pasta Party, otra cola enorme pero muy buen ambiente en el interior. Con batukada y malabares. Tengo síntomas de un pequeño catarro, pero he conseguido comprar un Bisolgrip y me lo tomo, me va como la seda. Nos atizamos nuestro plato de pasta, el enésimo de la semana, y de vuelta para el hotel. Quiero echarme la siesta y descansar las piernas. A las 6,30 me llama Marina, una amiga del club de running del gimnasio, que está ahí junto a otros 4 para correr la maratón o la media. Quedo con ellos para saludarlos pero enfundado ya en mi ropa para calentar (malla larga y cortavientos).

Al igual que en las otras dos maratones, me dirijo a la meta haciendo un trote ligero. Me quedo de nuevo observando la meta, quedando con ella para el día siguiente, y me doy cuenta de que la distancia entre la entrada al parque hasta ella es mucho mayor de lo que recordaba, casi un kilómetro. Vuelvo al hotel, me ducho y a cenar al VIPS. ¿El qué? Pues un plato de pasta. De ahí a dormir. El Zaragoza se está jugando la vida contra el Mallorca, pero mi cabeza no está ahí, sino en los 42 km de mañana, así que veo la primera parte en el hotel pero al descanso me voy a la habitación a prepararlo todo.


Nos acostamos. Me encuentro mejor del catarro. Empiezan las buenas señales...