jueves, 26 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - DESPUÉS DE LA CARRERA

Ya he cruzado la meta. Me agacho momentaneamente para tomar aire. Enseguida me levanto y comienzo an andar hacia adelante. Lo primero que aparece es el avituallamiento final. Agarro una botella de powerade de litro. Me dura unos 10 segundos. Agarro otra y lo mismo. Antes de dar fin a las existencias de Powerade continúo andando. A continuación me ponen una capa para evitar el frío. Me la tienen que abrochar porque yo no soy capaz. Todo el cansancio aparece ahora. Por último, paso por unas vallas donde unas niñas me ponen una medalla por la que he tenido que sudar mucho, pero mucho.


A partir de ahí empiezo a ver puestos de fisio, de la Cruz Roja y otras historias de esas. Yo lo único que quiero es encontrar a las chicas y salir a tirarme al cesped. Veo a una chica con un móvil y le pido que me deje hacer una llamada. Accede encantada. A la primera no me coge Fátima pero a la segunda sí. Quedo con ellas en una botella de Coca Cola hinchable que hay al fondo. Pero consigo verlas antes y salgo por un lateral. Le doy un abrazo a Fátima y le digo que lo hemos conseguido. Me pregunta, como no, que qué tal estoy. Le digo que mejor que nunca, y tampoco miento. Las piernas apenas me sostienen, la espalda está reventada, el exterior de mi pie derecho tiene un dolor intenso y las dos rodillas también. Pero eso no es nada, nada comparable a la satisfacción del momento que vivo.



Aparece también Mirian y me felicita. Les digo que necesito un metro cuadrado de cesped para tirarme, pero antes de ello cae la primera foto, féliz con mi medalla. Por fin me tiro en el suelo, con mucho cuidado porque las piernas no responden bien. Ni siquiera me tumbo, simplemente me siento. Respiro un minuto y enseguida pido un teléfono para llamar a todos. Llamo a mi madre y le digo que ya estoy de vuelta, que todo ha ido bien. A ella no le interesa el tiempo, lo mismo le da si he batido el record de Macau o he tardado diez horas. Simplemente he llegado y estoy entero (bueno casi).


Llamo también a mi hermano. Le digo que ha sido un infierno pero que volvería a repetir al día siguiente. Es curioso esto porque he leido que mucha gente cuando acaba una Marathon dice que no volverá a correr otra jamas, aunque a los pocos días cambian de opinión. Mi caso es totalmente opuesto. No había acabado esta y ya pensaba en la siguiente. Héctor me felicita y le cuento detalles más técnicos, aquellos que a mi madre no interesaban, pero a él si como corredor y marathoniano (el de los buenos) que es. Que si el circuito es chungo, que si la rampita del final, sensaciones, dolores, temperatura, viento...



Ahora tengo que abrigarme, Me pongo la sudadera y para ponerme el pantalón me voy a un banco que hay al lado. Está ocupado pero no es momento para cortesías. Me pongo el pantalón y nos vamos.



Me proponen ir a una terraza a descansar y tomar algo. Después de dar alguna vuelta, y eso que no estaba yo para muchos trotes, encontramos una con una mesa libre, o sea, sin marathonianos, que era lo que más abundaba. Todos nosotros con nuestra medalla bien visible. Orgullosos. La que nos diferencia del resto. La que nos dice que acabamos de llevar a nustro cuerpo al limite y ahí estamos, tomando unas cañas. Yo de momento paso de la cerveza (promesa incumplida de beberme una jarra en cuanto llegara), pero no me apetece. Sigo con la isotónica y eso si, una buena ración de calamares.


Otra tanda de llamadas a los amigos y cuando el último calamar ha caído al metro y al hotel. La parada de metro lejos y el trasbordo, además de largo, con miles de escaleras para arriba y para abajo, que es peor. Cada escalón es un muro, no tanto como el del kilómetro 25 pero casi.



En el hotel me pego una ducha rápida (que maravilla) y al Vips a comerme unas pechugas con huevo y patatas, merecidísimas. Después de comer, Fátima y Mirian se van y yo me quedo descansando en la cama. Me llama una amiga y me dice que ya están los tiempos. Los miro desde el móvil y ahí veo el mío. Saboreo el momento.

Al día siguiente amanece un poco más tarde. Acabo antes si digo lo que no me duele que lo que si, pero aún así salimos a dar una vuelta por el centro. Cibeles (nos cruzamos con Butragueño), Gran Vía y nos metemos de compras por Fuencarral. Cielos que recuerdos. Que diferente fue el paso por aquella calle 24 horas antes. Hacemos alguna comprilla y volvemos al hotel para ir a la estación. Más escaleras. Misma tortura.



Comemos y me tomo, esta ve si, una buena birra. Cogemos el AVE y llegamos a nuestra tierra. Esa misma tarde quedo con mi hermano y por la noche con mis padres y mi abuela. Toca brindis para celebrarlo.



Estamos de vuelta en Zaragoza, pero hemos conquistado un pedacito de Madrid.

miércoles, 25 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - LA CARRERA

Primeros metros. Estoy tranquilo. Me preocupo por respirar bien y disfrutar del ambiente. Fuera todo el mundo anima. Dentro reina el buen humor (como se nota que es el primer kilómetro). Hay que tener cuidado de no tropezarse. Hay mucha gente, cada uno lleva su ritmo. Hay muchos grupos que van juntos y ocupan mucho trozo. Tienes que hacer muchas eses y preocuparte de un elemento adicional, debido a que las taquillas están en meta, la gente ha decidido llevarse prendas viejas para abrigarse antes de la salida y luego las tira cuando sale. El primer kilometro está lleno de sudaderas viejas pisoteadas y hay que esquivarlas. A alguno se le desabrocha la zapatilla y se para en medio. Nos avisamos cuando vemos cualquier obstáculo. Está claro que aquí nos vamos a ayudar todos y eso me gusta.

Llegamos al primer concierto en el km 2. El grupo saluda a los corredores y todos nosotros levantamos un brazo para animarlos a ellos. Lo mismo ocurre en el segundo, en el km 3,5 (estos son más cañeros). Este está a la altura del Santiago Bernabeu. Ni que decir tiene la infinidad de comentarios que se producen al haber sentenciado la liga el Madrid el día de antes ganando al Barsa en el Nou Camp. Yo, como antimadridista confeso que soy, guardo un discreto y respetuoso silencio. Como dijo Umbral, "yo he venido aquí ha hablar de mi libro".



Justo al final del Bernabeu, aparece una pancarta que nos avisa de que a 375 metros se separan la Marathon y la 10k. Los destalentados a la izquierda y los que conservan la cordura a la derecha. Bromas de todo tipo, recordándose en uno y otro sentido que aún se está a tiempo de cambiar. Algun marathoniano les llama "cobardes", aunque luego cree que lo mejor hubiera sido tirar para la derecha. Finalmente, justo en la división, unos y otros nos dedicamos un aplauso y nos deseamos suerte (¡¡¡Dios, tengo los pelos como escarpias!!!). Empiezo a darme cuenta de algo que no conviene perder de vista en cualquier empresa que se emprenda. Lo realmente importante no es la meta, sino el camino. Y este camino me está gustando, y mucho.



Con la tontería llevamos ya 4 km, y apenas he tenido tiempo de fijarme en el tiempo. Me fijo ahora porque habiendo salido con la liebre de 4,45, ya estoy alcanzando a la de 4,30 y la de 4,15 está justo delante. Eso es que vamos bien. El Garmin lo corrobora. El primer km ha sido más flojo, pero luego he cogido un ritmo muy bueno. Alrededor de 5´25" el km.

Nada más girar desde Alberto Alcocer para girar otra vez a la Castellana, me topo con dos corredores que sostienen una bandera del Atlético (dudo que hagan la Marathon entera de esa guisa) y a continuación alguien comenta: "mira, está viene con guardaespaldas". Pues bien, se trataba de una chica extranjera delgadita corriendo al lado de un auténtico armario de 2x2. Me quedo mirando al del comentario y me empiezo a descojonar. Poco tiempo, eso si, porque llega el primer avituallamiento. Curiosamente tengo sed. No es habitual que llevando sólo 5 km y haciendo fresco la tenga, pero supongo que los nervios juegan su partida. En cualquier caso habría bebido. Hay que beber en todos los avituallamientos, se tenga sed o no. Todos nos tiramos como locos a la primera mesa, como si se fuera a acabar. Luego nos damos cuenta de que hay muchas, cosa que aprendemos para los siguientes.

Giramos a la derecha, dejando las torres KIO y los rascacielos de Madrid, y, lo mejor de todo, comenzamos a bajar. La Castellana era toda para arriba, pero al ser los primeros kilometros ni te das cuenta, pero tus piernas si lo han notado, por eso se agradece la bajada. A partir de ahora y hasta el km 26 el terreno es cómodo.

En el km 6,5, giramos al Paseo de La Habana y allí se organiza un urinario improvisado de gran magnitud. A mano izquierda hay un murete y unos setos y no son pocos los que deciden hacer lo que no hicieron en casa. ¡¡¡Con la de veces que les habrá dicho su madre que el pipí hay que hacerlo en casa!!! Poco después, unos niños que salen de un colegio se ponen en fila en la acera para que choquemos las manos, igual que los jugadores de la NBA. Cada vez me gusta más esto.

En el 8 se produce algo espectácular. Se gira desde el Paseo de la Habana hacia Pío XII, para dirigirse hacia el sur. Se trata de una avenida muy ancha y en el momento de girar se está en lo más alto, lo que permite ver todo lo que hay delante, y esto no es otra cosa que una brutal marea humana. Es el primer punto donde los corredores podemos hacernos cargo de la dimensión de la carrera, ya que hasta entonces, nuestra vista ha abarcado como mucho los 50 corredores de nuestro alrededor.

Además de esto, se produce otro subidón, este provocado por la banda que hay sobre el el cuarto escenario. Justo cuando pasamos empieza a sonar el "Eye of the tiger". Imposible no sentirse Rocky subiendo aquellas famosas escaleras. Los corredores enloquecíamos.


La avenida enlaza con Príncipe de Vergara, y se prolonga por espacio de más de dos km. En el 9,5 siento una molestia en el isquio izquierdo. Es la misma que ya tuve en la Media Marathon de Sabiñánigo, y antes de que vaya a mayores le pido a un patinador que me eche reflex. Lo hace sin que me detenga, con una habilidad asombrosa. No se si por efecto del reflex, pero al poco tengo una aparición divina: una monja animando como loca en el lado derecho. Sin tiempo para nada más nos encontramos con el avituallamiento del km 10. En este toca el primer gel de los dos que llevo. En el 20 Fátima me dará los otros dos. En cuanto veo las mesas lo destapo y para dentro. Asqueroso no, lo siguiente. Pastoso, caliente y con mal sabor. Todo sea por lo bien que va. Necesito el botellín de agua para digerirlo, y con la tontería pasan otros dos kilómetros, hasta encontrarnos, en la calle Raimundo Fernández de Villaverde con otra vista similar a la de antes. Otra avenida de dos kilómetros donde se ve todo lo que tienes por delante. Pasamos por encima de la Castellana, por la que habíamos pasado hace una hora aproximadamente.

En cuanto llegamos a la Glorieta de Cuatro Caminos el recorrido cambia radicalmente. A partir de ese momento nos adentramos en calles más céntricas, estrechas y, sobre todo, con más público. En la Avenida Islas Filipinas (km 14) me empiezan a doler las rodillas, y automáticamente busco al patinador de turno para que me pegue un chufletazo de reflex y arreglado. En Guzmán el Bueno, un chino ha sacado de su tienda un avituallamiento improvisado, un montón de cajas de botellines de agua que nos ofrece muy gentilmente. Por cierto, en cuanto al tiempo, por el momento es buenísimo, se nota mucho el perfil de bajada y que "sólo" llevamos 15 km. El promedio es de 5´35" el km.

En cuanto giro por Alberto Aguilera toca estar atento, Fátima y Mirian me esperan en esta calle, y no se muy bien a que altura, y como sólo tiene un km, pues ala, a fijarse. Es crucial por dos razones. La primera para que puedan ir al siguiente punto y no se preocupen. La segunda porque quiero una barrita. No tengo hambre pero me hara bien. Más o menos a mitad de calle, nada más pasar una rotonda las veo a la derecha, y menos mal, porque ellas no me habían visto. Les pego un grito: "Fátimaaaaaaaaaaa, chocolatinaaaaaaaaaaaa". Eso si, tenían todo lo que se podía necesitar en sus cuatro manos. Cojo la barrita y me preguntan como voy. Esta vez no tengo que mentir, voy de puta madre.

A la chocolatina le pego un bocado y como es tan contundente no me apetece más. Por supuesto no la voy a tirar. A mi alrededor puede haber algun interesado. Pego un grito para ver si alguien la quiere. A mi derecha un chico se interesa. Se la paso y me da las gracias. Pero el también se conforma con un bocado. Le digo que yo no quiero más y aparece una vocecilla por la izquierda: "si no os la vais a comer, darme un poco". Para allá que va la barrita. 10 cm. de potencia gastronómica entre tres, casi nada.

A continuación giramos a la derecha, y viene uno de esos momentos por los que merece la pena correr la marathon: la Calle Fuencarral. Es una calle céntrica, comercial, estrecha, peatonal y ¡en bajada!. Está totalmente atestada de gente, que te anima sin descanso, tanto es así, que cuando estamos llegando abajo se empieza a oir el "oe oe oe oe". Automáticamente pienso que se trata del público, pero cinco segundos más tarde descubro que se trata de los propios corredores. Ni que decir tiene, que, como todos, me pongo a corear el oe oe, al igual que mi vecino americano de la izquierda, con un acento inconfundible. No sabría definir muy bien lo que sentí en ese momento, pero es algo totalmente mágico. Quizás se trata de demostrarle a la gente que, pese al esfuerzo, estamos disfrutando, o que vamos sobrados de fuerza, o.... yo que se, aquí me rindo. El que quiera averiguarlo que se pase por allí el 28 de abril de 2013 y lo experimente por si mismo. Y ahí no acaba todo, de telón de fondo la Gran Vía.

A partir de aquí los gritos de ánimo se multiplican y todo pasa rapidísimo. En Callao hay una pantalla gigante donde están retrasmitiendo la Marathon. En ese momento estan apareciendo las primeras chicas, que están ya saliendo de la Casa de Campo (¡casi no nos queda nada a nosotros para llegar allí!). Aparece el tiempo que llevan, y comento con una chica la diferencia entre el tiempo oficial y nuestro tiempo de salida. El suyo es de 5 ó 6 minutos, mientras que el mío es más de 9. Esta conversación tiene lugar en Preciados y, al final, la Puerta del Sol.

El km 0 de la geografía nacional para nosotros es el 18 y pico, pero te deja sin palabras pasar por allí. Conforme trazas la curva, ves a la gente agolpada en el lado izquierdo y a la derecha un escenario con un concierto (todavía manos en alto). Te gustaría pararte para disfrutar del momento, pero precisamente eso es lo que no debes hacer, sino enfilar la Calle Mayor, pasar por el Ayuntamiento y dirigirte al Palacio Real. Al final de esta calle hay duchas y me meto de lleno, tenía bastante calor.



La Plaza de Oriente es muy espectácular, pero el suelo es empedrado en muchos tramos y destroza los pies. Además hay que esquivar bordillos, bolardos y hasta unas cadenas, pero sin mayor complicación. Llegamos al km 20. Me toca segundo gel y, justo a continuación me estarán esperando mis chicas con los otros dos. Saco el gel del bolsillo de la camiseta y cuando me dispongo a zampármelo oigo mi nombre. ¡Cielos! Están ahí, a mano derecha y yo por la izquierda. Pego un giro de 90 grados, casi me llevo por delante a alguien y llego a su altura. Me preguntan que qué tal, de momento tampoco miento y les digo que genial. Les pido los dos geles y me piro. Llevo el gel que me tengo que tomar en una mano y los otros dos para guardar en la otra. Resuelvo la ecuación y me planto justo en el avituallamiento. Pido a Dios que este gel no sea tan asqueroso pero Dios no me escucha. Otra vez a devorarme medio litro de agua para pasarlo.

El paso por el centro ha sido de lo más entretenido y ameno y nos hemos ventilado otros 5 km casi sin darnos cuenta (pero las piernas si que se han dado). En el 20 sigo llevando un promedio de 5´35". Todo va viento en popa.

Al final de la calle Ferraz, justo antes de la Media, vemos como los médicos asisten a un corredor y parece algo serio. Nos miramos pero no comentamos nada. La pancarta y la alfombra de la Media está justo ahí y, afortunadamente, aparece la típica broma de "venga, que ya sólo queda la mitad". El tiempo de paso por la media es de 1h 58´28", por lo que de seguir así, no sólo acabaré, sino que bajaré de 4 horas (iluso de mi).
Aprovecho las eses de bajada que nos llevan a la Avenida de Valladolid para soltar los brazos, que llevan lo suyo. Justo en dicha avenida, una niña hace el siguiente comentario: "vamos, que valéis mucho para correr", a lo que mi compañero de la izquierda y yo empezamos a partirnos de risa y a comentar entre nosotros: "para otra cosa no valemos ni pa tomar por culo, pero para correr, un montón". Acto seguido adelanto a uno disfrazado de policía (pantalón largo y gorra). ¿Estaré delirando?.



Entre tanto, atravesamos el Paseo de La Florida y llegamos al km 25, entrada a la temida Casa de Campo. Justo allí están Fátima y Mirian para darme otro empujoncito (puede que nunca lleguen a saber lo necesarios que resultan, pero por si sirve de algo, diré que las cuentas atras que te haces durante la carrera son con respecto a los puntos donde los tuyos te están esperando, no con kilómetros ni pancartas).



¡Todavía no tengo que mentir si digo que voy bien!, y el ritmo medio sigue siendo de 5´35". Además en ese punto hay concierto, y nos reciben con los primeros acordes del "I surrender" de los Rainbow. Temazo y brazos en alto (eso si, por última vez en mi caso).



Y hasta aquí lo bonito. Bueno, luego vendrá más. Pero empieza la tortura. Cuando leía o me hablaban sobre el muro, mi mente se iba hacia un cansancio progresivo y que iba a ir notando poco a poco conforme pasan los kilómetros. Pues no, gilipollas, si lo llaman "muro" es porque es precisamente un "MURO". Allá por el km 25,5, acabamos de pasar una rampa infernal, y mi cuerpo dijo basta de una zancada a la siguiente. Se me vino todo el cansancio de golpe. Todas las peores sensaciones salieron a mi encuentro. La buena noticia ante el fallo de las piernas fue que allí estaba la cabeza. Tras una rápida evaluación de daños, llego el diagnóstico. Primero de todo: el objetivo no es bajar de 4 horas sino llegar, o lo que es lo mismo, ve como te salga de los huevos, pero ve. Así que me puse a ello. Baje el ritmo en más de un minuto el kilómetro y me dije que caminaría, pero iba a posponerlo hasta no poder realmente más.

Y así fue, arrastré los pies más que corrí hasta el 29,5, y en ese momento me puse a caminar hasta el avituallamiento, apenas 400 metros. Además, en el 30 y en el 35 me tocaba gel. Me adelantó una chica sudamericana que llevaba un cartel rígido de un metro de alto colgado en la espalda en plan "no se quien no te olvidamos", que digo yo, que podría habérselo puesto en la camiseta. Pero no estaba yo para decir mucho. Antes había adelantado a un troglodita. Sin comentarios.

En la Casa de Campo, además de ser cuesta arriba, hay menos gente, pero en cuanto te ven caminando los ánimos se triplican. Llegue andando al avituallamiento con la firme decisión de tomarme el gel, beber y a correr (se acabo el vaguear). Y así lo hice, abrí el gel anticipando la arcada y, ¡oh, sorpresa!, estaba bueno, más líquido y con mejor sabor. Mi suerte estaba cambiando, y en que momento. Me pegue un buen trago de agua y recuerdo que también tome Powerade. Había que arreglar el desperfecto como sea. Y me puse a correr. Además en la salida de la Casa de Campo, en el km 32 me esperaba mis Team Managers de nuevo, y no quería que me vieran arrastras, no vaya a ser que me dijaran que lo dejara y me convencieran. Antes me encuentro con una patinadora a la que le pido reflex para los isquios, en este caso los dos, y, por una razón que aún no he llegado a comprender, la chica no lo sabe echar. Afortunadamente, viene otra corredora con más prisa y me lo echa a mi, para luego echárselo ella. Voy a aprovechar este comentario para, independientemente de este tonto desliz, agradecer enormemente el apoyo a los voluntarios.

Llega el km 32, un montón de gente otra vez apoyando, y allí me esperan. Les pido una barrita, esta vez tengo mucho hambre. Me paro cinco segundos a su lado haciendo ver como que así nos organizamos mejor y ocultando mi estado. Me preguntan cómo voy y, ahora si, miento como un concejal, y les digo que bien. Aún así les reconozco que es muy duro y quedo con ellas en la meta. Esta vez me como la barrita yo solo, me había guardado un botellín de agua del avituallamiento anterior para eso.



Paso un par de kilómetros tranquilos y a ritmo no muy fuerte pero constante. La cuenta atrás de los últimos 10 ha comenzado. Cruzamos el Manzanares en el 34. Quiero parar a caminar de nuevo, pero me vuelvo a obligar a esperar al avituallamiento. Esquivo unas duchas porque me he quedado frío, creo que por el aire que corre que me ha enfriado el sudor, porque el sol pega de justicia. Damos un par de giros a la izquierda y veo a un par de corredores que se meten en una frutería (supongo que a por plátanos). Espero que llevarán dinero para pagarlos, o que el frutero se apiadara de ellos.

Llega el 35 y su avituallamiento. Mismo proceder, camino unos 400 metros, me tomo el gel con su agua (éste es cafeina pura y está más bueno que el otro), algo de Powerade, y en cuanto paso y giro a la derecha por la Calle Segovia, a correr. La trampa, dicha calle es una cuesta arriba mortal, pero la decisión ya está tomada y no hay marcha atrás. Me digo que quedan 5 para los 40 y de los últimos 2 me olvido, tratando de engañar a mi mente.

No se porque extraña razón, o mejor sí lo se (pero no quiero preguntar que llevaba el último gel), me meto tres kilómetros a ritmo de 6 minutos el km, casi como al principio. He pasado tres largas avenidas y ¡estoy en el km 38!, al final de Acacias. En este momento la concentración de público empieza a ser considerable. Llegados a Atocha (km 39), se estrecha la calle, ya que hay un tunel a la izquierda, y con ella el público. Misma sensación que cuando los ciclistas están subiendo el Alpe d´Huez. Apenas el espacio justo para pasar y miles de brazos que aplauden y animan a apenas unos centímetros de ti. El resultado: vas solo, flotas, vuelas, ni notas lo que llevas encima.

Parece que ya está todo hecho, pero la Marathon de Madrid te reserva una sorpresa más, en forma de la más cruel y despiadada rampa que uno pueda imaginar. Le echo un par y me la subo corriendo. El 90% de la gente andando. ¿Y de qué me sirve? De nada, porque llego arriba y me pongo a andar. Pero creo que es más para coger fuerzas de cara a la llegada, y, aprovechando el último avituallamiento, trinco un botellín de agua, le pego cuatro tragos y a funcionar. La valla del Retiro a la derecha y al fondo, mirala, mirala, mirala, mirala, mirala, la Puerta de Alcala. ¡Qué alegria da verla!

Llego a la rotonda y giro a la derecha. Gente a mares. La cabeza ya empieza a dar vueltas. Las emociones se disparan. Km 41. Cámaras de fotos, de vídeo. Familias acompañando a los suyos, niños, maridos y mujeres. Miro al fondo. Pedazo de escenario. Suena una canción de M-Clan (luego me entero de que quien la tocaba era M-Clan). A mi izquierda una mujer sujeta un cartel que reza: "Vas a ser papá". Menos mal que se lo pone ahora, porque en el km 2 se hubiera parado.


Empiezo a correr a muerte. Me acuerdo de los entrenamientos. De Zaragoza, de la ribera del Ebro. Del aire que sopla siempre por allí. Me acuerdo de mi hermano que me metió en este embolado (¡qué pena que no esté aquí!). De mis padres, orgullosos de lo que estoy haciendo. De mis amigos que han montado un dispositivo para ir informándose de mi paso por los distintos kilómetros. Y sobre todo de Fátima, que no sólo ha tenido que aguantar horas y horas de entrenamiento y de carreras, sino que me ha apoyado hasta el final, y nunca mejor dicho, porque en cuanto entre por la puerta del Retiro va a estar ahí para compartir conmigo una meta que es tan suya como mía.

Giro a la derecha. Entro en el parque. Al principio es cuesta arriba pero ya me da igual. Voy rapidísimo. La cabeza sigue a lo suyo. Llega la zona vallada. Pancartas. Miles de personas. Miles de voces. Y en ese momento solo escucho dos. Fátima y Mirian están allí. Me llaman. Las miro. Levanto el brazo. Hemos ganado.



A partir de aquí cambia la pendiente. También mi cabeza. Deja a los demás y se queda conmigo mismo. ¿Qué hemos hecho para conseguir en 8 meses pasar de no correr nada a completar una Marathon? Todo pasa por mi mente. La dedicación, el esfuerzo y el sacrificio tienen la más bella recompensa. Menos mal que llevo las gafas, se me escapa alguna lagrimilla de la emoción.

100 metros. Un grupo de cuatro chicos va delante de mí y se cogen de las manos para entrar. Freno un poco para tener mi espacio, mi momento. 50 metros. 25. Levanto los brazos. Saboreo el momento. Cruzo la meta. Paro el Garmin. 4h 16´ 38". No está mal. Como dijo Filipides: Nike.

¡¡¡SOY MARATHONIANO!!!

martes, 24 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - ANTES DE LA CARRERA

22 de abril de 2012, 7:30 a.m. El despertador del móvil suena. Pero de nada sirve, el despertador biológico hace ya media hora que me ha dicho que en un rato iba a correr 42 km. Me he quedado un rato en la cama dándole vueltas a la cabeza. Ahora si que no hay marcha atrás, me he dicho. Pero aunque la hubiera, nada en el mundo me iba a impedir tomar la salida.

Lo primero que hago al levantarme es ver que todo esté en su sitio, me explico, no quiero notar ni la más mínima molestia, dolor, rasguño, torcedura... absolutamente nada. Y así es, aparentemente todo esta ok. Lo que no lo está son los nervios. Los he tenido toda la semana, pero ahora estoy histérico. Afortunadamente, no hay tiempo que perder, y me pongo en marcha.

Me pego una ducha rápida y empiezo el ritual de la vestimenta (los que que corran ya sabrán que es como el de la novia en una boda). Me pongo las mallas, son compresivas y tienen que quedar bien ajustadas. Las medias también son compresivas, y tienen unos puntitos en las zonas de pisada que deben estar bien puestos, porque si salen al lateral molestan (cosas de las que uno se entera en los entrenamientos). A la camiseta ya le pusimos el dorsal ayer y esa no representa mayor inconveniente. Me pongo la ropa para protegerme del frio que hace a esas horas (pantalón, la sudadera que me compre en la feria el día anterior y la chaqueta). Por último, me pongo las zapatillas. Ese momento si que es importante. Ellas son las que me han de guiar durante las 40 ó 50.000 zancadas que voy a dar en las próximas horas. Ya están más que testadas. Son esas, las Asics Gel Nimbus 13 las que me van bien. Una mala zapatilla, y se de lo que hablo, te puede destrozar la carrera. Es como si Fernando Alonso monta en su Ferrari las ruedas de un Seat Panda. Además, una vez atadas les añado unos corchetes para que no se desaten durante la carrera. Finalmente, nos bajamos a desayunar.

Como es domingo y son las 8, no hay nada abierto, así que morimos al palo de desayunar en el hotel, el palo es el que nos metieron al día siguiente al pagar 8 € por dos putos zumos de naranja. Fátima sólo toma eso. Yo lo acompaño con dos barritas energéticas, que es mi desayuno habitual los días de carrera. No me gusta tomar café y mucho menos leche. En ese momento llama Mirian, está viniendo en metro, y nos dice que el metro está lleno de corredores, que el ambiente es absolutamente mágico y que todo el vagón apesta a reflex. Muy bien Mirian, ya lo has conseguido, antes sólo estaba nervioso, ahora estoy totalmente cardicaco. Quedamos con ella en el hall del hotel y subimos a la habitación a coger todas las cosas para ir a la salida.



En la habitación me pongo el Garmin, la cinta del pelo y cojo las gafas. Me escribo en la mano con un rotulador el perfil de la carrera, quiero saber cuando sube y cuando baja. Cargamos en la bolsa que llevarán Fátima y Mirian todo lo que me puede hacer falta, incluyendo otras zapatillas por si acaso. Pesa un huevo, y decidimos soltar una botella de Isostar, pues de eso iba a haber de sobra. Cerramos la puerta de la habitación y nos bajamos.

El hotel está en la misma Plaza Colón, así que nada más poner el pié en la calle todo lo que se respira es Marathon. Llegamos justo en el momento en que unos militares están cayendo en paracaidas. Hacemos algunas fotos y llegamos a la altura del "corral élite". Faltan 45 minutos y ya hay un montón de corredores en él. Sus caras de concentración lo dicen todo. ¡¡¡Qué máquinas!!!



Busco mi corral, el de 4h 45m, y rápidamente entro. Piso por primera vez el asfalto de la Castellana. Miro a mi alrededor y lo que veo es indescriptible. 12.000 corredores, 12.000 ilusiones, 12.000 sueños, todos ellos concentrados en apenas unos metros. Yo, acostumbrado a ser siempre el que iba a ver a los demás, descubro que esta vez soy uno de ellos, que soy el protagonista, que tengo mi sueño y mi ilusión propios y que, ahora sí, SOY UN CORREDOR.



Fátima y Mirian están en uno de los laterales atendiendome en todo lo que necesito. Agarro un botellín de agua y el MP3 y me voy a calentar. Me quito la sudadera. El espacio no es muy grande, entre los últimos corredores del corral y los primeros del siguiente, pero suficiente para un pequeño trote y una mínima evasión. Para esa evasión, recurro al último movimiento de la 2ª sinfonía de Mahler. Es perfecta para ese momento. En un momento dado, me paro, me pongo entre el resto de corredores y miro hacia el arco de salida. En ese momento, hago algo que no es habitual hacer. Me digo a mi mismo que lo voy a lograr. Me transporto a dentro de 4 horas y me veo cruzando la meta. Quiero visualizar ese momento para asegurarme que merece la pena luchar por vivirlo, y está claro que merece la pena.



La concentración es máxima. No percibo nada, no siento nada. Sólo estamos el asfalto, la música y yo. Es un momento breve, pero de vital importancia, el diálogo que se produce con mi cuerpo, en el que le propongo un intercambio. Yo pongo todo el esfuerzo y tu no me lo pones difícil (nada de tirones, roturas de fibras, caidas, torceduras...). El cuerpo me dice que adelante y yo le doy las gracias.



Quedan 10 minutos. Me he liberado de todo. Me quito el MP3. Tiro el botellín de agua, al que he ido dando pequeños sorbos. Me ajusto la cinta y las gafas. Enciendo el Garmín. Le pido a Fátima los geles, al final decido llevar sólo dos y confiar en vernos más adelante para los otros dos. Me los coloco en el bolsillo de la camiseta y me la meto por dentro de las mallas. Ellas me desean toda la suerte, la voy a necesitar. Ya estoy listo. Por favor, que empiece el espectáculo.



La salida no es la típica que uno espera. Es verdad que hay pistoletazo y a correr, pero eso es sólo para los 500 primeros, kenyatas, etíopes y otros locos del lugar. Al resto nos toca andar durante un rato hasta cruzar el arco. Los acompañantes hacen ese recorrido desde el lateral. Hay gente que decide empezara a correr. Yo me niego, 42 km. son demasiados como para andar regalando metros. Poco a poco vamos avanzando. Al final, Fátima y Mirian ya no pueden avanzar más, las miro y les digo adiós, pero a mi mismo me digo que no les puedo fallar, que no puedo fallarle a nadie, que lo voy a dar todo, y a ello vamos.



Por fin la veo, la alfombra bajo el arco de salida, apenas a unos metros, mano derecha al botón del Garmin, respiro hondo, lo atravieso y me lanzo a la mayor aventura de mi vida. Por delante, algo más de 42 kilometros en los que tengo que demostrar que mi esfuerzo y el apoyo de los míos pueden reventar barreras que parecían infranqueables hace apenas unos meses. Y digo "barreras" porque de "muros" ya hablaremos luego.

domingo, 22 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - LOS PREPARATIVOS

Sábado 21 de abril de 2012. Este mismo día de hace unos cuantos años yo estaba realizando mi primera (y última) comunión. Este año me preparo para algo parecido a un bautismo. Es el día del viaje. Lo cierto es que he pasado una semana con muchos nervios. Imposible pensar en otra cosa que no fuera Marathon. Para colmo de males, debido a unos problemas de logística, no he podido tener las mallas y la camiseta con la que voy a correr hasta el último momento, pero es lo que hay.

He hecho un par de salidas muy suaves y el jueves estuve en la fisio para que lo pusiera todo en su sitio. También he quedado con ella para el martes siguiente, asegurándole que traería mi cuerpo un poco peor de lo que está en ese momento.

Ayer lo deje todo preparado. Una maleta con ropa de vestir donde hay más bien poca cosa y una bolsa con ropa para correr que pesa un quintal. De cada cosa me llevo 3 ó 4 por si acaso.

Me he levantado pronto para aclimatar el cuerpo a lo de mañana, hemos desayunado y nos hemos sentado un rato a ver la tele hasta que ha pasado a buscarnos mi hermano con Rodrigo para llevarnos a la estación. Una vez allí, nos hemos tomado un café y nos hemos despedido. Me han deseado suerte y les he prometido que no haría locuras. Si no llegaba, marathones hay más que longanizas.


El viaje del AVE ha sido como suele ser, muy rápido. Hemos llegado a Madrid a eso de la 1,30 y rápidamente hemos cogido el cercanías para ir al hotel, que está en la Plaza Colón, justo en la salida. Ahí estaba esperándonos nuestra amiga Mirian, que vive en Madrid y se porto estupendamente con nosotros todo el fin de semana, acompañándonos el sábado a los dos y acompañando a Fátima el domingo en su periplo por la Marathon. ¡¡¡GRACIAS MIRIAN!!! Nada más llegar al mostrador de recepción observo que todo el mundo va en chandal. Le pregunto a la recepcionista qué cuantos marathonianos hay en el hotel y me contesta que un 90% más o menos. Eso es bueno, por la noche no habrá guerra.

Dejamos las maletas en la habitación y zumbando al metro para ir a Expodepor, que está en la Casa de Campo, a coger el dorsal. Llegamos enseguida y para encontrar la feria no hay más que hacer el camino inverso que los que llevan una bolsa de Adidas, que son muchos.

El ambiente en la feria os lo podéis imaginar. Eso que has tenido en la cabeza durante los últimos días o meses es lo mismo que tiene todo el mundo a tu alrededor. Cojo el dorsal, que te dan en un sobre cerrado. Lo abro y descubro el 9.049. Ese será el número con el que trataré de correr los algo más de 42 km al día siguiente.



Después pasamos a por la bolsa del corredor, en la que sólo quedaban camisetas de la L, que por fortuna, es mi talla. Además es guapísima.


A continuación nos hacemos unas fotos y nos damos una vuelta por la feria antes de ir a la Pasta Party.



Había una cola muy larga pero fue más rápida de lo esperado. Lo mejor de la comida es poder intercambiar impresiones con otros corredores.


Después de comer, volvemos a la feria, donde Mirian y yo pecamos y nos pillamos un trapito de oferta. A continuación, vuelta al hotel y, mientras Fátima y Mirian se van de tiendas, yo me dispongo a hacer mi último entrenamiento.



Justo ha dejado de llover y ha salido el sol. Me pongo las mallas, la camiseta y las zapatillas  y salgo. Me dirijo al Retiro, bajando por la calle Serrano. No voy excesivamente despacio, quiero buscar sensaciones. Y las encuentro.

Una vez en el Retiro, veo que ya están montando la meta. Bajo por la calle que da acceso a ella hasta el final. Me doy la vuelta, y a unos 50 metros me giro, me quedo mirando un buen rato y me prometo a mi mismo que mañana estaré aquí cruzando por ese arco.

Vuelvo al hotel, habrán sido unos 4 km, me ducho y nos vamos a cenar y a ver el Barsa-Madrid. Soy futbolero, pero ese día el partido me importa más bien poco. Además, el resultado no es de mi agrado, por lo que en cuanto acaba salimos disparados para el hotel. Le decimos adiós a Mirian y nos metemos en la cama. No sin preocupación. Las noches antes de la carrera suelo dormir mal. En la Media de Sabiñánigo no dormí casi nada. Antes he colocado el dorsal en la camiseta con seis imperdibles, para que no se escape.

Por fortuna, y por el cansancio acumulado por el trajín del día, duermo como un bendito.

Mañana será otro día. No. Mañana será el gran día.

viernes, 20 de abril de 2012

MARATÓN DE MADRID 2012 - CÓMO EMPEZÓ TODO

Dijo Lao-Tse que un viaje de mil millas comenzaba con el primer paso. Quizás sea dificil de ubicar donde empezó todo, pero una serie de hechos me llevaron, de forma totalmente insospechada, a correr la Marathon de Madrid el pasado 22 de abril.

Volvamos la vista atrás para buscar una explicación. Pero no mucho. Estamos a finales de mayo de 2011, y mi espalda, siempre maltrecha, me da un tirón que casi no me deja ni moverme. Visita al traumatólogo, placas y conclusión. Tengo listesis (una desviación de la columna), y o me pongo a nadar y a bajar buena parte de mis 91 kg. o pronto tendré que operarme. Y como a mi eso de los quirófanos me da pánico, opto por el Plan A.

Al día siguiente me apunto al gimnasio y me pongo a nadar esencialmente. Recibo un cursillo, porque lo de nadar y yo no nos llevabamos bien hasta entonces. Aprendo a nadar decentemente y además me gusta. Voy intensificando el ritmo y lo alterno con algo de musculación y alguna clase de escuala postural.

Pasa el verano y seguimos a ello hasta que un buen día mi hermano, corredor experimentado, me dice que porque no corro una carrera que hay el fin de semana siguiente. Al principio me quedo mirando con cara rara, pero soy bastante "echao p´alante", así que le digo que si.

Lo primero que hay que saber es que yo no había corrido en la vida, excepto de chaval, aunque si que había hecho bastante montaña (un punto de partida).

La carrera en cuestión es una 5k, en los Pinares de Venecia, y decido prepararme mínimamente. Una cosa es que sea popular y otra hacer un ridículo espantoso. El miércoles corro 2 km. en la cinta y el viernes me voy con mi hermano al Parque del Agua a correr 3 km. El ritmo es de alrededor de 6 min./km. Demoledor.

En cualquier caso, allá que vamos. El domingo 9 de octubre comienza mi periplo oficial como runner. Con unas zapatillas cualquiera, calcetines del Decathlon, un pantalón de tenis y una camiseta, eso si, de running, me dispongo a tomar la salida.



Por si fuera poco, la carrera es con constantes subidas y bajadas y por tierra. Salgo fuerte y a los dos kilometros voy reventado. Me pasa hasta el apuntador. En el km 4 tengo que parar. Sigo, y cuando miro mi super reloj con cronómetro Kalenji me doy cuenta de que mi tiempo se va a ir a 33 minutos. Eso si, en la curva de entrada en meta dicen por megafonía que el recorrido tiene realmente 5,6 km. Pues vaya gracia. En cualquier caso el tiempo no es tán lamentable.



Cuando llego parece que he corrido una Ironman. Me voy al suelo desfondado.... pero ya soy un runner y, lo mejor de todo, ¡hostia!, estó me gusta.



A esa experiencia le siguieron la 5k de la Ibercaja pasando ligeramente de 25 minutos, la 5k de la Marathon de Zaragoza, donde conseguí bajar de los 25, además de recibir un picotazo venenoso al ver entrar a los "heroes" que completaban la Marathon. Ese veneno solo hay una forma de expulsarlo.

A finales de año corrí la San Silvestre de las Fuentes, otra 5k donde aprendí que correr el día despues de la cena de Noche Buena y la comida de Navidad no era buena idea.



Al mismo tiempo que del running, me habían metido el gusanillo de la BTT. Allá que voy también, alternando salidas en bici con salidas a correr.

El día 29 de enero llega el momento de dar un paso más, las 10k. Me preparo a fondo y una semana antes hago el mismo recorrido que en la carrera en menos de 50 minutos. Estoy pletorico cuando en ese momento ocurre lo peor. El día de antes de la carrera, volviendo a casa con la bici, un perro me tira, dejando mi cadera para el arrastre. Ambulancia, urgencias, una semana de baja y, lo peor, adiós 10k. Además voy a ver correr a mis amigos (todos ellos reventaron el crono) y aún me duele más no poder participar.

En cualquier caso la vida sigue, y ni dejo la bici ni dejo de correr. De hecho en febrero corro un par de pruebas. El día 19 una 6k en el Parque Grande y el 26 una Duatlon Cross (6k + 20k btt + 3k) en algo más de 1h 40´. Mi primer contacto con una carrera de resistencia.



Pero en febrero, antes de las carreras se produce un hecho muy significativo. Un día, estando en la tienda de running comprando qué se yo, me encuentro en el mostrador con el folleto de la Marathon de Madrid. Fue un flechazo. Todo era perfecto y lo planee en 5 minutos. Además, era el 22 de abril, y el 23 es San Jorge y fiesta en Aragón, lo cual lo ponía más fácil. La decisión ya estaba tomada y a partir de ese momento llegó el aluvión de críticas. Estás loco. No estás preparado. Te vas a romper. No la acabas ni de coña...

Si conocéis a algún aragonés de pura cepa sabréis de sobra que si se le mete algo en la cabeza ya no se le puede sacar. Es mi caso. Se que los plazos eran cortos, pero podía entrenar esos dos meses con la vista puesta en esa fecha y, por lo menos, intentarlo. Así cuando llegara la de Zaragoza es septiembre ya sabría de que iba la cosa.

A mitad de febrero sacamos los billetes del AVE y cogemos el hotel. La inscripción a la carrera vendrá más tarde debido a un problema con unas zapatillas que tardan en llegar (y que podrían no haber llegado nunca porque me destrozaron el pie). Les propongo al resto de los amigos el plan, pero sendas caidas de bicicleta (bastante más serias que la mía) los dejan fuera de juego.

En marzo me esperan tres carreras seguidas. La del Ebro (una 18,5k por tierra con mucha rampa), la de la Primavera (5 k por asfalto en el Parque Grande) y, como no, la Media Marathon de Sabiñánigo (prueba de fuego para lo de Madrid).

La del Ebro transcurre sin problemas, me encuentro bien y acabo en 1h 40´. Muy buenas sensaciones. Vamos por el buen camino.


Y aquí empiezan los problemas, gracias a las antes mencionadas zapatillas, empiezo a sentir unas molestias en la planta del pie derecho. Al principio no es mucho, y corro la 5k con ellas a 4´30" el km. El resultado, una fascitis plantar de caballo a una semana de la Media. Se encienden todas las alarmas. Hielo, Voltaren, Fisio y reposo obran el cuasi milagro.


El día de antes de la Media vamos a Biescas y por la tarde cuando entreno no las tengo todas conmigo. Llega el domingo y allá que vamos. Por supuesto, uso mis Asics de toda la vida, además de estrenar mis medias compresivas. Conforme voy corriendo me encuentro más a gusto con el pie. En el km 14 tengo una molestia, pero en los isquios (nada que el reflex no pueda solventar). Finalmente llego esprintando y en un tiempo de 1h 57´. En la foto se me puede ver corriendo junto a la campeonísima Mª José Poves (de azul).


La prueba de fuego está superada. Dentro de 4 semanas lo único que tengo que hacer es esto mismo dos veces (que fácil suena así).

Las siguientes semanas voy alternando distancias y ritmos. A falta de dos hago uno de 14k a buen ritmo. Es el último largo antes del Día D. Sigo mimando mi pie a diario. Me he comprado otras Asics. Que poco se parece mi equipamiento de ahora con el de aquella primera carrera, y sólo han pasado unos meses.

Las dos últimas semanas, bajada de ritmo y descanso activo. Si, si, si, nos vamos a Madrid.